Al mexicano le gusta opinar. Esta es
una realidad nuestra que nadie puede negar. Para nosotros es algo muy común
puesto que convivimos con el hecho todos los días de nuestra vida. Pero habrá
qué darle también la oportunidad de comprobarlo a todos aquellos extranjeros
que tienen la buena costumbre de escuchar este noticiero. Mis muy estimados señores
foráneos que nos escuchan más allá de los confines de nuestro bello estado,
basta con que ustedes hagan una pregunta a cualquier mexicano, sin importar
raza, religión, filiación política, estatus social, estado civil, preferencia
sexual, complexión física, etc. Tampoco tiene alguna importancia la pregunta
que hagan, sobre lo que sea, aún cuando esta sea meramente ficticia. La única
condición es tener a un mexicano al alcance y hacerle una pregunta… Me corto
las uñas si alguno les contesta: No sé.
También hay qué poner especial
atención si es el mexicano quien formula la pregunta, porque generalmente ya
trae implícita su respuesta. Este entrenamiento comienza desde la infancia,
cuando nuestra madre nos solicita ofrecer de nuestras golosinas al niño
adjunto, e inmediatamente sale de nuestra boca una pregunta formulada de alguna
de las siguientes dos maneras: La cortés, ¿No quieres?, o la informal ¿Verdad
que no quieres?; Luego en la adolescencia ponemos en práctica algunos trucos
amañados cuando estamos con una persona con un considerable menor coeficiente
intelectual que nosotros, por ejemplo, cuando jugamos un volado y decimos al
compañero: “Si cae águila, yo gano, y si cae sol, tú pierdes”, el torpe
responderá inmediatamente: “¡SALE!”.
Ya en la
vida adulta y contando con cierto coto de poder, estas prácticas se convierte en
la formulación de Consultas Energéticas y otras demagogias, como el circo que
acaban de presenciar los habitantes de la Ciudad de México y pueblos
circunvecinos. Les recomiendo que la próxima vez que vuelvan a gastar ese mundo
de dinero en supuestos ejercicios democráticos hagan la siguiente pregunta:
¿Cree Usted o No que somos idiotas?
El caso es que el mexicano no se
queda callado jamás. Le gusta opinar y es abundante siempre entre nosotros la
figura de “El Enterado”. Ese quien para todo tiene una opinión, sin importar el
tema a tratar, y que cuenta con un grupo de seguidores para el cual tiene una gran
autoridad moral. Es él a quien recurren a pedir consejo, no porque hagan caso
de las instrucciones que éste les dé, sino porque resultan ser personas con una
plática muy entretenida. Sin duda alguna, no hay personaje más simpático que
“El Enterado”.
Así
somos los mexicanos. Siempre sabemos sobre el tema que se está tocando, o
hacemos como que sabemos y nos dedicamos a parar oreja para ocasiones
posteriores, o tenemos algún relativo cercano que es una chucha cuerera en la
materia. Por eso también tendemos en cada reunión social o familiar a resolver los
problemas de la Selección Nacional de Fútbol, la economía nacional, los
conflictos bélicos mundiales, encontramos alternativas energéticas para frenar los
cambios climáticos, y cuando de plano andamos muy inspirados, hasta
reinventamos nuestra religión.
En estos
momentos difíciles de nuestra vida nacional, bien haríamos en dejar a los
expertos que opinen sobre lo suyo, y optar nosotros los de a pie por dar la
respuesta más humilde que de un mexicano puede salir: “No estoy muy
familiarizado con el tema”.
Al fin
que “poco saben los burros de merengues”. ¿No es cierto?
Roberto Rojo Alvarez