Carnavalito
“En
el amor, lo mejor son los preparativos”
Luis XIV
No sé si esto se lo debemos a la televisión. El caso
es que todos hemos soñado alguna vez con ir a derramar miel en compañía de
nuestra pareja a Venecia. Pues que de romántica Venecia no tiene nada. Es un capricho
de ciudad construido con toda la infraestructura del poderío romano en épocas
del gran imperio. Ahora es un inmenso set
de película, es un sueño de lugar, es un paraíso romántico (en términos de
época) en donde absolutamente todo te invita a carnavalear. Venecia es una
ciudad enteramente sensual que invita a todo menos a la monogamia. Hermosas
máscaras detrás de las cuales esconderte se venden en todos los comercios de
los fabulosos callejones, y grandes posters
te muestran cómo es esa fiesta a la que toda la gente quisiera volver: El
mundialmente famoso Carnaval de Venecia.
Mi infancia fue muy diferente a la de Luis Miguel. Yo jugaba fútbol en
la calle de mi cuadra, brincaba charcos, y merodeaba por los montes baldíos de
mi colonia. Uno de mis pasatiempos favoritos era sacar mi basta colección (tal
vez diez) de carritos “Hot Wheels” y
construir carreteras, puentes, casas y fraccionamientos en torno a estos
diminutos juguetitos. De Carnaval solo sabía que había uno cada tanto tiempo y
se celebraba en el vecino puerto de Mazatlán. Otra referencia cercana a esa
fecha era que cuando se avecinaba el Carnaval andaban por las calles danzando
unos señores con máscaras como de viejitos, como versiones de brujas en hombre
(por no decir Brujos), que de niño me daban mucho miedo y mi papá los llamaba
“Judíos”.
Hace algunos días leí en el Diario de Yucatán sobre la etimología de la
palabra “CARNAVAL”. Se mencionaba que esta se deriva de dos palabras italianas,
y se dividía más o menos de la siguiente manera: “carne-vale”, lo cual
escribieron significa “Carne a Dios”. Considero este argumento totalmente
errático en cuanto a la figura de Dios se refiere. Fonéticamente me sugiere más
que se refiera a “Carne y Baile”, debido a que el verbo Bailar en italiano
carece de la letra í, pero a Dios en la composición de la palabra no lo
encuentro por ningún lado. Lo que es obvio es que el Carnaval es una festividad
que nace precisamente de la necesidad de apartar una fecha especial en la cual
es permisible dar rienda suelta a nuestros apetitos concupiscibles.
Tonatiuh era el nombre de un amigo de la infancia, con quien un día
jugando en la calle recibí tremendo susto por parte de estos señores,
seguramente desempleados, apodados “Judíos”. El significado del nombre de mi
amigo, como todos bien sabemos, es “Dios del Sol” en la cultura azteca. Por
esta razón, mi amigo se creía con poderes tales como para decidir cuando
hubiera sol y cuando prefería que el astro se ausentara. A pesar de mi eterno
escepticismo, no me quedaba otro remedio que darlo por cierto, porque
desafiarlo implicaba llevarle la contra a todos los niños del vecindario. Y es
que era tal la autoridad con la que en voz alta ordenaba al sol que se metiera
cuando hacía calor, o que saliera cuando necesitábamos más luz para seguir
jugando en la calle, que no quedaba otro remedio que creerle.”¡Que se meta
el sol!”, ordenaba orondo, de tal manera que si en dos horas pasaba una
despistada nube solitaria y hacía un poco de sombra, todos volteábamos a ver al
Tona y asentíamos con la cabeza en un rictus que significaba más o menos lo
siguiente: ¡Qué pesado está este cabrón!
Antiguamente, el
Carnaval era el tiempo que se destinaba a las diversiones desde el día de Reyes
hasta el miércoles de ceniza. En la actualidad son solamente los tres días que
preceden al inicio de la cuaresma. Podemos decir de esta fiesta popular que
consiste en mascaradas, comparsas, bailes y de más festejos bulliciosos. Se
deriva de las saturnales romanas, a las que se asemeja por la fecha en que se
celebran y por los alborotos y licencias populares que lo caracterizan. Los más
famosos mundialmente son los de Venecia, Colonia, Niza, y Lisboa. En América
podemos destacar el de Río de Janeiro, Buenos Aires, La Habana y Montevideo.
Aquí en nuestra tierra el más sonado es el nacionalmente famoso Carnaval de
Mazatlán.
La versión más representativa que tenemos en América
es el también muy conocido Carnaval de Río de Janeiro. Esta es una versión más
tribalizada, debido a la gran influencia de las razas africanas que se
encuentran en esa parte del continente. En ese país (Brasil) hay una máxima
para esta fiesta: En época de Carnaval, nadie se pertenece. Pasado el Carnaval,
la gente regresa a sus casas y todo como si nada.
En realidad esta
necesidad de satisfacer aunque sea durante tres días nuestras pasiones carnales
nace precisamente por el recogimiento con que era llevada la cuaresma. Al menos
había cierto equilibrio entre el deschongue y la piedad. Era una especie de
preparación que consistía en hartarse de todas aquellas cosas de las cuales
carecerían por los próximos cuarenta días. Algo semejante experimentan las
jovencitas cuando tienen discernimientos tan brillantes como, “Si mañana
comienzo la dieta, déjame hoy echarme este pastelito”. Y es el mismo mecanismo
absurdo de las despedidas de soltero, y todas las expresiones humanas en las
que mostramos debilidad justo antes de afrontar compromisos difíciles de
sobrellevar. No por nada hicimos de las bodas rituales públicos.
Pues fue con Tonatiuh con quien en la infancia siempre compartí largas
tardes de arduo trabajo, construyendo sitios con la infraestructura necesaria
para poder jugar. Era muy curioso que después de haber estado durante horas
desarrollando grandes urbes, cuando éstas quedaban terminadas y perfectamente a
nuestro gusto, optábamos por regresarnos a nuestras casas, o bien, jugar a otra
cosa. Túneles y puentes, callejones y avenidas, todas quedaban en el olvido.
Desde ahí empecé a comprender que lo importante nunca es el fin, sino saber
disfrutar el camino, es decir, la preparación.
A medida que vas dejando la infancia para entrar en la pubertad,
aprendes que casi todo en esta vida sale mejor cuanto más planeado está. Por
esto que los adultos perdemos esa espontaneidad que tanto se les envidia a los
niños. Es por esto que el rey Luis XIV tenía muy en claro que lo más deleitable
en los asuntos del amor era precisamente todo el juego de seducción, el cómo
cazar a la presa, el arduo y hermoso camino del enamoramiento. No por nada lo
llamamos Conquista. Ahora, ¿qué es prepararse? Como bien lo vemos en este caso
en particular, el Carnaval es algo que hacemos para estar preparados para la
cuaresma, y la cuaresma no es otra cosa que la preparación para el fuerte golpe
que significa para los católicos la muerte de Cristo.
Qué gratificante debe de ser vivir unos días tan intensos cuando se
tiene por idea clara que se vivirá una época de sosiego del alma, y no
solamente porque sí. Qué tendencia tan humana la de ponernos una máscara so
pretexto del culto a los muertos, cuando lo único que hacemos es escondernos
para pecar. Qué sensación de alivio tan reconfortante experimentamos los
religiosos después de una purificación, porque en el fondo lo que nos mueve es
estar listos de vuelta para volver a caer en la tentación. Qué hermosa música y
cuanta obra de arte se ha compuesto en torno a esta festividad. En resumidas
cuentas, qué bonito es lo bonito.
Ahora los sinaloenses estamos esperando el Carnaval de Mazatlán, al cual
como todos los años vendrán importantes figuras del medio artístico y cultural
de habla hispana. Ojalá no hagamos nosotros la labor de desprestigio que ha
hecho la juventud mexicana con otras fiestas nacionales tan importantes como lo
son El Festival Cervantino (Guanajuato, Gto.), La Feria de San Marcos
(Aguascalientes, Ags.) o La Pamplonada (San Miguel de Allende, Gto.), y sigamos
conservando ese toque cultural que a pesar de la naturaleza de la fiesta sigue
manteniendo Nuestro Carnaval.
En la Biblia se nos recomienda: “¡Estad preparaos!”. Nosotros debiéramos
siempre contestar: ¡Ya rugiste, león!
Roberto Rojo Alvarez