En mis más mozas juventudes, por la edad de 22 años, tuve
la oportunidad de visitar en distintos momentos dos sitios que me hicieron sentir
inmensas ganas de habitar en ellos: El primero, un peculiar pueblo en el estado
de Morelos de nombre Tepoztlán. El segundo, la hermosa ciudad italiana de
Florencia.
Cinco años después, tras un largo camino de aprendizaje y
una vida cómoda en una residencia en la cual viví con la crema y flor, vino el
buen consejo de un amigo que con toda certeza me dijo: “A ti lo que te hace
falta son noches a la intemperie”. Al poco tiempo, me llegó una oportunidad
laboral que me cumplió con creces este ajeno deseo y me trasladé a vivir a
Florencia, la ciudad de las flores.
Cuando uno va a Italia, tiene la fortuna de descubrir un
exquisito platillo de sabores inigualables que produce una sensación única en
el paladar. Un alimento que no tiene comparación con ningún otro que se pueda
probar alrededor del orbe. Comida que uno cree conocer de toda la vida, hasta que
finalmente se tiene esa maravillosa tabla con un milagro de la creación humana
encima: la pizza.
Tal como lo leen. La pizza italiana es un “bocado de
Cardenales” que nada tiene qué ver con el platillo homónimo que hemos comido
durante tantos años. Es como si un ciudadano norteamericano asumiera que conoce
la comida mexicana porque fue a Taco Bell. Lo mismo sucede con este delicioso
manjar que una vez que se prueba nada vuelve a ser igual. Hago estas odiosas
comparaciones para ser lo más gráfico posible con quienes no han estado en
situación de comprobar mi teoría, con la única intención de animarlos a brincar
el charco para descubrir por boca propia lo que les cuento. Para estos fines,
la “Pizzeria La Luna” de Florencia es el mejor sitio.
En su momento, Italia me permitió descubrir el famoso y rico
platillo, y muchas otras mieles que te brinda el poder vivir en aquel hermoso
país durante una o varias temporadas. Pero ese año en particular, Florencia me
dio la gran oportunidad de conocer de manera muy estrecha a una maravillosa
persona y extraordinaria mujer: mi querida hermana menor.
Aprovechando la coyuntura de mi lugar de residencia, la Katinka
se fue a vivir conmigo durante dos meses a la ciudad en cuyo escudo se
encuentra plasmada una flor de lis. Fueron dos meses que exprimimos hasta la
última gota paseando de lo lindo y tratándonos todo lo que en los últimos ocho
años por cuestiones de distancia no habíamos podido hacer. La vida y Dios me
regalaron la oportunidad de conocer a mi hermana, la menor, como nunca antes
había tenido oportunidad. Por esto les estoy a ambos eternamente agradecido.
Precisamente en su compañía visité por última vez aquella
pequeña pizzería situada en una zona florentina alejada del bullicio de los
turistas que en todas las épocas del año colapsan la hermosa e histórica ciudad.
Este peculiar sitio que ahora recomiendo es precisamente “Pizzeria La Luna”,
que se encuentra ubicada en la calle Vincenzo Gioberti número 93/R. Es un
pequeño restaurante sin pretensiones donde preparan la pizza original con un
sazón exquisito. Sin ser un experto en el arte culinario italiano pero con la
seguridad que me da ser una persona considerablemente vaga, puedo afirmarles
que es de las mejores pizzas de Italia.
Florencia tiene una oferta cultural y arquitectónica
fuera de serie. En el corazón de esta ciudad se construyó una iglesia que es
posiblemente la más bella del mundo, la Basílica de Santa María de las Flores,
también conocida como “Il Duomo” debido a la grandiosa cúpula de Brunelleschi
de 45 metros de diámetro que tiene una altura de 114 metros, y es una obra
maestra del arte gótico. Además destaca de este templo su impresionante fachada
que es un hermoso rompecabezas de mosaicos formando motivos religiosos. Tal
como la vida misma, que es un gran rompecabezas que se va armando con las
piezas que tenemos a la mano y con los espacios que en el camino vamos viendo
que podemos ocupar.
Los italianos, que de pizzas y rompecabezas saben un rato
largo más que yo, en algún momento me recomendaron cuando visitara un
restaurante nuevo para saber si la cocina del sitio es de valer la pena,
ordenara la pizza más sencilla: la Margherita. Esta pizza, que hasta la fecha
sigue siendo mi favorita, tiene para variar también el nombre de una flor. Por
lo tanto, les recomiendo ampliamente si en algún momento se encuentran
extraviados por la ciudad de Florencia, acudir a la “Pizzeria La Luna” y
ordenar una pizza Margherita, créanme que es en el paladar un milagro
convertido en alimento.
Florencia me regaló un racimo de flores varias que
atesoro en lo más profundo de mi corazón: la flor de lis en su escudo, Santa
María de las flores en su Iglesia, la margarita en su pizza, y esa hermosa rosa
mexicana en la persona de mi hermana. De Florencia esas flores atesoro y un
ramo con todas ellas a la vida le habré de regresar: rosas, lirios, margaritas…
y no te olvides de los geranios.
Roberto Rojo Alvarez
@rojoroberto