lunes, 4 de septiembre de 2023

La Crisis de los Cuarentas

    Fácilmente habrían podido pasar tres años más sin haberme sentado a escribir. Pareciera algo irrelevante, y lo es para el resto del mundo. No así para mí. Esta sequía de palabras, y de paciencia para sentarme a elaborarlas, obedece en forma directa a este fenómeno, que con toda tranquilidad hace algunos pocos años, lo hubiera supuesto un mito. Hasta que, sin darte cuenta, la vida te va acumulando una serie de sucesos inesperados, que te sacuden con más intensidad que un fuerte huracán, y te dejan hecho una piltrafa humana, cuyo único objetivo es intentar levantarse una y otra vez, mientras en esos intentos, te sacudes un poco, tan solo en lo que llega el siguiente instante de volver a caer... y recaer.

    Largos son los días y las noches en que la mente lucha entre las dos preguntas fundamentales e inútiles, tan ampliamente difundidas en este nuevo mundo de gurúes, que viven de timar incautos internautas, ofreciendo un curso gratis, que a la postre se convierte en una pequeña contribución de diez dólares al mes. Nada de esto logra evitar el profundo debate entre ¿Por qué a mí?, y ¿Para qué a mí? Sin importar cual sea tu creativa respuesta a cualquiera de las dos cuestiones, la realidad es que sigues revolcado, y en la eterna, pero ahora muy relevante, búsqueda de sentido a tu vida.

    Ofuscado por tantas responsabilidades, poco tiempo tienes para detenerte a pensar ¿Qué hubiera sido si...?, y te sigues sacudiendo para poder seguir remando, en este mundo en que la vida opera. Lo quieras o no, hagas o no hagas. La vida opera, y te va dando regalos irrepetibles, que desafortunadamente muchas veces no estás en posición de disfrutar, porque estás ocupado, sacudiéndote todavía de la revolcada que no termina, preocupado, estresado, y con el paso de los años, hasta enfermo.

    Repentinamente llega a tu vida, sin esperarlo, un ser que solo te da certezas, y que tiene el valor de abofetearte de vez en vez, con la única finalidad de regalarte unos instantes en los que te es permisible darte cuenta cuan afortunado eres. Pero los ánimos están por los suelos, tu desvalorización llegó a niveles insospechados. Sientes no merecer cualquier esbirro de bondad que le suceda a tu vida. Sin darte cuenta, has cultivado una codependencia a ese estado emocional, que te tomó como una ola en aguas turbulentas, y no te suelta. Pareciera incluso que te es molesto cuando alguien se quiere acercar a lamerte las heridas. Porque no te comprenden, porque no están viviendo lo mismo que tú, porque crees ser indigno, y en el fondo, porque quieres proteger a esa persona de la nube negra encima de ti.

    Es entonces cuando claramente se manifiesta en tu vida el amor. Esa energía que todo lo sana y todo lo limpia. Puede llegar disfrazada de cualquier cosa: La sonrisa de un hijo, una palabra de un amigo, tu mascota, un libro, una película, un atardecer, una pareja... Y ese amor empieza a cubrirlo todo, y poco a poco comienzas a entender que en realidad nada es malo, aunque sigas revolcado, y aunque tengas sendas cicatrices. Todo es aprendizaje y está dirigido hacia un bien superior. Luego, en un momento de calma, con toda serenidad volteas hacia atrás, y ves tus logros, tus tesoros, que siempre te sonríen, y te recuerdan con toda honestidad que "lo estás haciendo bien". Y llega la iluminación a ti, y exclamas con todo el corazón: Por ustedes todo, absolutamente todo, ha valido la pena. Y no cambiarías una sola coma de la historia de tu vida, tan solo por no poner en riesgo su divina existencia.

    Nada se compara a esos posteriores y breves instantes de paz, que de alguna manera se eternizan y le dan sentido a tu vida. Ahí entiendes que nuestra función es agradecer, lo que consideramos bueno y también aquello que convenientemente llamamos aprendizaje. Comienzas a ver una luz al final del túnel, y te das cuenta que ese camino tiene muchas posibles salidas, y que todas de alguna forma son buenas, simplemente porque son tuyas, y sobre todo, porque en cada una de esas infinitas posibilidades, de una u otra manera, al final apareces tú mismo, siempre sonriendo. Entonces, agradece. Y haz de la palabra Gracias, tu palabra favorita. Yo agradezco por volver a escribir, y espero volver a hacerlo con cierta frecuencia. En esta ocasión, el agradecimiento va dedicado a esa persona cuya imagen va apareciendo en todos y cada uno de mis caminos: mi acróstico favorito.