sábado, 27 de marzo de 2004

EL CÓDIGO DA VINCI

Se está haciendo un gran alboroto en torno a éste Best seller (bet séler, diría mi amigo el mesero), así que pretendo dar una opinión muy objetiva sobre la novela. Novela, señores, novela.
Existen tres motivos de peso por los cuales leí un libro que jamás me habría interesado leer. El primero es que me lo regaló mi amiga Angélica, mi reina. El segundo es porque es un “ataque frontal (dicen los analistas)” a la Iglesia Católica y Apostólica, en la cual fui educado. El tercero, último y más importante (Los últimos serán los primeros) es que la novela pretende desprestigiar abiertamente a una institución de la iglesia a la cual conozco desde hace 10 años, y aunque no pertenezco a ella, he recibido de su parte muchas satisfacciones, entrañables momentos y grandes amigos, el Opus Dei.
Intentaré explicar primero lo bueno, aunque en realidad es poco. Es prácticamente un trillado thriller gringo escrito casi a manera de guión de cine. La trama te logra captar a pesar de sus errores típicos de película de bajo presupuesto y sus resoluciones de incógnitas demasiado predecibles. Te picas en la lectura a pesar de sus incongruencias. Te entretienes mientras la novela te transporta de París a Roma, España y Londres. Si como a casi todo buen mexicano, les placen las historias sobre conspiraciones, igual y les gusta. En pocas palabras y transportado al lenguaje de cine, es un buen churro. Lo más probable es que este libro sea llevado a la pantalla grande tan pronto deje de ocupar los primeros lugares de ventas a nivel mundial. Yo les recomiendo esperar por la película ya que de nada se pierden si dejan de leerlo.
Lo malo. El autor Dan Brown (apellido de dudosa procedencia) comienza su novela con un apéndice nombrado “Los hechos”, el cual termina diciendo: “Todas las descripciones de arte, edificios, documentos y rituales secretos que aparecen en esta novela son veraces”. A pesar de ser una afirmación muy ambigua, está premeditadamente escrita para confundir al lector de bajo nivel cultural. Puede ser que esta novela confunda a las personas que tienen poco conocimiento sobre historia y un limitado criterio, aunque yo dudo que estas personas se interesen por leer un libro de 557 páginas. No en México.
Pienso que mal hacen (quien quiera que sea) en pagar un programa conducido por el periodista Joaquín López Dóriga un viernes a media noche al cual invitan a gente picudísima en ene cantidad de materias raras (¿qué tiene qué andar haciendo un especialista en lenguas coptas?) para desmentir los hechos de un libro que finalmente es una novela. Señores, entre más polémica se haga en torno al libro, más gente lo leerá. Les adelanto, la gente a la que le pudieran servir sus argumentos se encontraba a esas horas del viernes bebiendo alcohol en un antro. El desprestigio es paradójicamente la mejor propaganda que existe. Lo mismo hicieron con la película “La Última Tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988)” de la novela de Nikos Kazantzakis, que hoy en día es casi un clásico del séptimo arte (by the way, a mí me pareció buenísima).
Me da gusto vivir en un mundo globalizado en el cual tenemos la posibilidad de difundir un libro tal como se difundió The Da Vinci Code. Que cada escritor utilice esta apertura para bien o para mal, según sus principios. Y que cada lector que se tope con esta novela la tome para bien o para mal, según la solidez de su formación. En fin, que lo lea quien quiera leerlo y viva la libertad de expresión.
Termino citando a Voltaire: "Estoy en desacuerdo con lo que dices. Pero defenderé con mi vida el derecho que tienes de decirlo".

                                                                                                               Roberto Rojo Alvarez

SOLO EN LIBROS


           En alguno de los números anteriores de la famosa revista Blanco & Negro me encontré con la sorpresa de que esa sería la última edición de la sección “Solo en libros”. El único argumento que encontré de tu parte fue uno que decía: “No creo en el Internet”, y precisamente en el sitio web la frase it’s over. Recordé al personaje de Phoebe Buffay de la serie Friends discutiendo con Ross sobre la existencia de la evolución. Te contesto de la misma manera que le contestó el científico a la hippie: La evolución, al igual que la Internet, no son cosas en las que se deba o no creer sino hechos científicos demostrables y tangibles. Es cierto que la red mundial se puede utilizar de una mala manera, pero no creo que haya sido este tu caso. Sé que no dejarás de escribir y eso me alegra, lo que no me agrada es que me hayas quitado la oportunidad de seguirte leyendo. Vuelve a abrir esa ventana que nos permitía a mí y a quienes gozamos tus disertaciones sobre el placer que produce el comerse una mandarina. Vuelve a publicar.

                                                                                                                              Roberto Rojo Alvarez

LA CRUZ ROJA



            Mi historia con la Cruz Roja afortunadamente es casi inexistente. La única vez que entré ahí fue porque a un doctor le prestaron el quirófano en donde me habría de quitar una cicatriz de la pierna que a la vuelta de los años tomó el doble de sus proporciones originales.
            El pasado 15 de marzo arrancó la Colecta Nacional de Cruz Roja Mexicana con una campaña de publicidad muy buena, como cada año. Hay un spot que me llama mucho la atención, sobre todo porque al final una mujer de nombre Marcela exclama con voz de profetiza que ella ayuda a salllvarrr mi vida. Esta colecta, al menos en nuestro país, obtiene para fortuna nuestra y de la institución buenísimos resultados. Dicha institución está regida por cuatro Convenios de Ginebra, Suiza, país que por alguna extraña razón ostenta como bandera lo que sería prácticamente una cruz roja invertida.
Alguna vez mi padre decidió que ir por carros a la frontera era una buena oportunidad de negocio, y lo hizo durante algunos pocos meses. Recuerdo varios de los automóviles que trajo, pero el que más se quedó en mi mente fue una ambulancia equipada color azul con naranja y blanco, que al poco tiempo fue donada por el Club Rotario a la Cruz Roja. La pintaron toda de blanco y le asignaron el número 9. En aquel entonces solo teníamos nueve ambulancias en la ciudad de Culiacán, ignoro cuantas posea la institución hoy día (diría Don Francisco), supongo y espero que sean más.
En otra ocasión llegaron personas de la Cruz Roja a nuestra base del Grupo 5 de los Boy Scout (Descripción peyorativa: Niños vestidos de idiotas siguiendo a un Idiota vestido de niño) a intentar enseñarnos Primeros Auxilios. Recuerdo que había una enfermera muy guapa y yo solo esperaba el momento en que ella me tomara como voluntario para explicar lo que era la respiración de boca a boca. Me despreció abiertamente y prefirió en cambio a un maniquí. Otra de las cosas que nos enseñaron fue que cuando alguien se accidenta se debe de evitar cambiarlo de posición, para eso sí me hicieron nudos con mi cuerpo, me aventaron al suelo, y me levantaron exitosamente en exactamente la misma posición que había caído. Buena cosa, o como diría mi amigo Fabián Arturo: ¡Eh, qué modo…!
En 1985 nuestro pueblo sufrió una de sus peores catástrofes en la historia, el terremoto del 19 de septiembre en la Ciudad de México. En aquel evento, a pesar de la negativa del entonces presidente Miguel Delamadrid, recibimos ayuda de todo el mundo. Y aunque a la Cruz Roja le robaron unos perros rescatistas franceses raza pastor alemán, y mi mamá recibió un delicioso queso holandés por parte del DIF que obviamente era para los damnificados, la Cruz Roja es hoy por hoy una de las instituciones con más credibilidad a nivel mundial.
Ojalá seamos comprometidos todos con nuestra sociedad y hayamos tenido el privilegio de portar una calcomanía como símbolo de nuestra ayuda, siempre útil. Ojalá hayamos cooperado al menos para quedar bien con las guapas muchachitas que había por todos los cruceros de nuestra ciudad, con los ahora tan sofisticados botes y no con las latas de leche Nido de mis tiempos que solamente se forraban y se les hacía un orificio encima. Muchas felicidades, Cruz Roja Mexicana.

                                                                                                                Roberto Rojo Alvarez

jueves, 11 de marzo de 2004

LA RIFA DE UNA SERENATA

A Doña María Luisa Durán Castillo,
 feliz anectdotaria de sus recuerdos.

Hacia mediados de los años sesentas del siglo pasado, cuando la aviación en la provincia de nuestro país era algo más aproximado al esoterismo, que una realidad tecnológica, enviaron a la ciudad de Durango, a un inquieto joven sinaloense de roja cabellera (cuando fue cabellera) y más rojo apellido, a abrir las oficinas de Aeronaves de México en dicha ciudad. Encontró mucho frío, y también el amor. La muchachita en cuestión, poco platicaba a su familia de las pretensiones del obstinado galán, hasta que éste, ya con la intención entre ceja y ceja, amagó a la dama diciendo: “Hoy en la noche te llevo serenata, ¡Cómo de que no!”. Muchos intentos hizo la señorita por evitar esta iniciativa, pero ya ni el mismísimo Pancho Villa hubiese podido detener aquella misión. Buena excusa le pareció a la dama duranguense, para seguir ocultando su romance, comentar en su casa que había ganado en una Rifa de una Serenata, con la rondalla de la Universidad. Nunca contó con que este comentario, daba pretexto a la familia entera, para quedarse despierta esperando el evento. Amargos tragos ha de haber pasado mi madre, desde el momento de su ocurrencia, hasta el inolvidable instante en que llegó mi padre, con trago en mano y acompañado de un conjunto norteño, al portal de su casa entonando la canción “¿Pa’ Qué y Por Qué?”, nada propia de una cursi rondalla estudiantil.
La Serenata es la forma más hermosa y tradicional de manifestar el amor a una mujer. Desde la Patagonia hasta la frontera del Río Grande, todas las parejas han escuchado alguna vez una serenata juntos (no entremos en detalles). Muchos países en Latinoamérica se atribuyen el crédito de la serenata, pero al ver que ninguno puede demostrar la procedencia de su origen, han optado por demostrar estilos, los cuales varían de acuerdo al grupo musical entre los que predominan: Mariachi, Trío, Rondalla, y aunque a muchos no les parezca, Banda y Norteño. Las serenatas han mantenido a aquellos músicos que no han logrado la fama a la que aspiran llegar algún día (no me excluyo). Incluso, existen músicos y cantantes que han llegado a la fama, gracias a que en alguna serenata han agradado a personalidades que los han apoyado en su carrera, o en cambio, ha habido trovadores que en sus composiciones llevan cierta tendencia que los ha llevado tras las rejas.
En toda Latinoamérica, el asunto del amor era algo bastante complejo. A diferencia de la actualidad, donde los jóvenes son directos (no todos, pues) en expresar su interés, en el pasado se utilizaba la astucia para aproximarse al ser amado. Había que demostrarle a la dama que se era romántico. Se le escribía una carta y se le hacía llegar a través de una amiga o se le colocaba en un sitio donde sin duda ella la encontraría. Se evitaba utilizar el correo para que la misiva de amor no llegara a las manos de los padres de la joven. A su vez la dama aunque estuviera interesada en el galán no contestaba la carta hasta haber recibido la tercera o a veces más. De esta manera la dama mostraba su pudor y el galán demostraba su interés al insistir con misivas cada vez más ardorosas y románticas. Claro está que al galán no se le dejaba en la total ignorancia por la dama y esta demostraba su interés con un movimiento de su abanico, al dejar caer alguna cosa para que éste la recogiera y se la entregase, o con alguna mirada furtiva que a propósito se alargaba para que él la sorprendiera en el acto. Finalmente el galán le pedía el sí a la dama tras el intercambio de correspondencia y algunos encuentros "casuales" en actividades sociales tales como bailes o fiestas patronales.
Hoy en día se reconoce la importancia de la música en el proceso del cortejo. Se acude al “punchis punchis” y a un baile que parece ritual de apareamiento de mandriles, y pasado el obnubilamiento del antro, se procede a llevar una serenata. En aquel entonces también se reconocía y se utilizaba la serenata para hacerla llegar al ser amado. A través de las canciones se expresaban los sentimientos del galán hacia la dama, bien fueran desencantos, admiración, esperanzas o tristezas. La serenata podía ser interpretada por el galán solamente si sus habilidades incluían el canto y tocar algún instrumento musical, o por un grupo de jóvenes que combinaban sus habilidades para este propósito. En caso de que el galán no supiera cantar o tocar ningún instrumento, este se colocaba al frente del grupo para así poder ser rápidamente identificado por su amada. Las serenatas se llevaban en horas de la noche bajo el balcón o la ventana de la dama. Se pretendía despertarla con la música y así al volver a dormir el galán sería el tema de sus sueños.
Para llevar una serenata a una joven no era necesario el conocerla de palabra. Se daban casos en los que un joven se enamoraba de una señorita la primera vez que la veía y tras averiguar su dirección, y si no estaba casada o comprometida organizaba una serenata para ella. El llevar una serenata no estaba libre de riesgos y peligros. Si la serenata no era bien recibida por el dueño de la casa o si los músicos eran desafinados se podía recibir del balcón en lugar de las miradas amorosas de la joven un baño de agua fría (que eso aquí en tiempo de calor sería una gozada), o que el padre soltara los perros, o bien ser bombardeados con lo que Dios les diera a entender.
Ahora, para enviar una Serenata a cualquier parte del mundo, solo tienes que entrar a la fanpage “Serenatitas” (https://www.facebook.com/ROBROJALV). La recomiendo ampliamente, no solo por ser yo el director de esta empresa (por así llamarla) y necesitar desesperadamente mi sustento, sino por la divina magia que por los siglos de los siglos producirá en el ánimo de una mujer el hecho de recibir una linda Serenata.

                                                                                                             Roberto Rojo Alvarez

lunes, 1 de marzo de 2004

GRITOS EN DIFOCUR


Gritos en DIFOCUR

A mi amigo Gabriel Mijares,
creador de voces, perpetrador de sueños.

            TOMA 2.-

            Cuando niño (diría Don Francisco), era aún más metiche de lo que soy hoy en día. Mi curiosidad me llevaba a preguntar y poner atención en absolutamente todo lo que cruzaba por alguno de mis sentidos. Es por esto que todavía conservo en mi mente de una manera muy nítida mi primer acercamiento a eso que llamamos Ópera.
            Tenía no más de 8 años de edad cuando un sábado por la mañana irrumpí en el cuarto de mis padres. Estaban viendo en la televisión una película cuyo protagonista era el pésimo actor y gran cantante Luciano Pavarotti. Lo único que recuerdo del filme es una secuencia en la cual el automóvil del tenor se avería a media carretera en un bello paraje italiano, pasa un carro lleno de monjitas y le dan un aventón a su destino final. En el trayecto, la madre superiora (al menos la más picuda de ellas) finge no saber quien es el sujeto en cuestión, y él en un afán por demostrar su identidad canta algunas canciones napolitanas y arias de ópera. Al final la monjita le confiesa que en todo momento supo de quien se trataba y le agradece el pequeño concierto privado. Fue pues en ese momento de mi vida cuando tomé la idea de que la ópera era algo así como cantar a gritos.
            Pocos años después, una historia similar. Entro a la recámara de mis progenitores mientras ven en la tele una ópera llevada a la pantalla grande. Gran tontería hacer una película del arte escénico por excelencia más ambicioso que ha logrado el ser humano, ya que en éste se conjuga música orquestal, canto operístico, canto coral, actuación y baile, además de hacer uso de una basta escenografía. Aunque la descripción del agudo escritor ruso Wladimir Nakoviev sea la siguiente: “La ópera es una cosa donde el tenor se quiere acostar con la soprano y el barítono nunca los deja”, este espectáculo no deja de ser lo que se mencionó en la revista ProÓpera: “Hacer una ópera es un milagro”. Pero bueno, eso es lo que mis señores padres veían en el televisor. Esta vez sí se trataba de una ópera, la cual me sacó totalmente de mis esquemas. ¿Cómo era posible que los actores se comunicaran absolutamente todo cantando? ¿Cómo podía embonar perfectamente el texto con la melodía y la armonía de todos los instrumentos? ¿Cómo demonios sabían los músicos lo que le contestaría el uno al otro? -Esto, -meditaba para mis adentros, -tiene jiribilla.
            Muchos años después (no tantos, pues), me encontré en la Ciudad de México inscribiéndome al Conservatorio Nacional de Música. Desde esa fecha, mi contacto con la ópera fue una experiencia agradable. Con un poco de ingenio y gracias a que mi credencial de estudiante universitario lleva un sello del Instituto Nacional de Bellas Artes, pude estacionar mi vehículo y entrar de manera gratuita a cada ópera que se presentó desde el verano de 1997 hasta el verano del año 2003. En este hermoso teatro tienes la fortuna de ver en cada producción a al menos un cantante de talla internacional. Mucha gente ignora que México es a nivel mundial posiblemente el mayor semillero de exponentes del Arte Lírico, y es en este recinto en donde se inicia la mayoría de ellos.
            En alguna ocasión me hice acompañar a la ópera por el celebérrimo personaje oriundo de Guaymas, mi querido amigo Jesús Rodolfo. Se presentaba Elixir d’Amor de Donizetti, y por ser ésta una ópera Bufa (cómica), el auditorio irrumpía a carcajadas cada vez que algo chistoso acontecía. Durante la primera escena estuvimos sentados en los últimos asientos de la galería central del Palacio de Bellas Artes. Debido a nuestra ubicación, mi amigo estaba impedido para darse cuenta de que en la parte superior del escenario se encuentra una pequeña pantalla en donde son proyectados los subtítulos de la ópera. Por esta razón, cada vez que la concurrencia reía lo hacía él también, no porque le hiciera gracia la trama sino para no desentonar con el público, al tiempo que pensaba: “Qué cultura maneja esta gente que hasta al italiano le entiende”. A partir del segundo acto lo invité a que ocupáramos unos mejores lugares que se encontraban vacíos, y fue hasta entonces que se dio cuenta de que no es precisamente que la gente entendiera el italiano del siglo XVIII, sino que la ópera, tal como el cine, tiene subtítulos.
            Recientemente hubo Ópera en DIFOCUR. Gracias a la iniciativa del Maestro Concertador Gordon Campbell se presentaron en un mismo programa las óperas Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni, y Pagliacci de Ruggero Leoncavallo. Para quien es amante de los culebrones interminables de Wagner, esta función doble hubiera transcurrido en un suspiro. Para el público culiacanense, su duración fue bastante digerible. El resultado: Rotundo éxito. Se presentaron dos fechas y las dos estuvieron a reventar. El público de nuestra ciudad no está habituado a asistir a la ópera, entiéndase que no es por falta de interés ni cultura, sino por falta de producciones de este género. Aún así, el evento estuvo abarrotado, y los comentarios generales de los asistentes fueron magníficos.
Ahora podemos estar orgullosos de tener la primera producción operística en la historia de Culiacán. Me explico. Generalmente las óperas en nuestro país se producen en el Teatro de Bellas Artes y de ahí se exportan a provincia. Esta vez fue hecho absolutamente todo en nuestra tierra: La música a cargo de la Orquesta Sinaloa de las Artes, el elenco de cantantes a cargo del Maestro Sergio Martínez y el Coro de la Ópera de Sinaloa, aunado al Coro Infantil de Culiacancito (tienen seleccionado nacional de fútbol, que no tengan coro…). Para la Dirección de Escena se contrató al señor Luis Miguel Lombana, quien hizo una extraordinaria labor al innovar una fusión entre la primera y la segunda ópera dando un salto desde siglo XIX hasta la actualidad, que fue del agrado de toda la concurrencia. Por último, como se hace en todos los teatros del mundo, a los solistas se contrataron de diversos sitios, contando con la presencia de nuestro orgullo navolatense José Manuel Chu Reyes, a quien si no menciono me retira su amistad.
Más que magníficos cantantes se contrataron para esta producción (tal vez sin ser éste el objetivo) a increíbles actores. Creo que en la ópera es más importante representar a un personaje convincentemente que hacer alarde de una maravillosa voz, al menos en una plaza en donde se está iniciando un gremio operístico. Así pues, tuvimos la fortuna de ver en escena a la espectacular soprano María Luisa Tamez en el papel de Santuzza, y gozamos también de las sobradas capacidades histriónicas de su esposo el barítono Carlos Serrano, en los papeles de Alfio en la primera ópera, y Tonio en la segunda.
Un escritor muy admirado por el autor de este artículo es el famoso español Alfonso Ussía, quien titula uno de los capítulos de su Segundo Tratado de las Buenas Maneras: “La Ópera es un Rollo”. Nos dice en este artículo que el espectáculo de la ópera es realmente reprobable, más aún desde que se inventó el compact disc. Su argumento es que en cada ópera existen quince o veinte minutos de gran inspiración musical, y que es una tontería echarse las otras tres horas de “coñazo cantable” si esto se puede evitar con tan solo oprimir un botón. La ópera es un género que no a toda la gente le gusta, es por ello que jamás ha sido masivo sino más bien algo clasista. Parece ser que aquí en Culiacán para la mayoría de los expectantes fue de considerable agrado.
Recuerdo la vez que Mariana me mencionó un fragmento de la película Pretty Woman, en la que el protagonista lleva a la meretriz en cuestión al Met y le hace el siguiente comentario (cito de memoria): “Puedes llegar a admirar la ópera, pero si no te enamoras de ella la primera vez, no la llegarás a amar nunca”. Espero que de esta experiencia que vivimos en el Pablo De Villavicencio hayan salido muchos enamorados, Mariana es una eterna enamorada de la ópera, yo soy un eterno enamorado de Mariana.
Tuve la fortuna de participar en esta reciente producción como apoyo en el elenco y me llevé muchas sorpresas. La más importante fue descubrir la gran cantidad de valores artísticos que tenemos en esta tierra: grandes voces, grandes actores, y mucho talento en general. Tuve también la fortuna de conocer a una guapísima señora que ha dedicado gran parte de su vida a enseñar el arte plástico de la pintura, Vanesa, quien con sus ojos me guió en el escenario y cuya sonrisa es capaz de iluminarlo todo, entre otras cosas, la vida de su muy talentoso esposo, el actor, director y productor Miguel Alonso. Sé que recientemente han tomado la decisión de venir a radicar en nuestra ciudad, y me alegro porque sé que son dos seres humanos que permearán a esta sociedad con su basta cultura. Bienvenidos sean siempre.
Hace algunos años el instituto austriaco Wienner Skernaben Institut publicó un dato estadístico en el cual se dice que la mayoría de los abonados a la ópera de Viena mueren inmersos en la demencia. Ojalá muy pronto contemos los culichis con la posibilidad de ser abonados a la ópera de Culiacán. Gran orgullo, al fin que aquí en nuestro país ya todos estamos locos.
Existe en este momento la inquietud por formar en Culiacán una Compañía de Ópera. Loable esfuerzo el que se requerirá, pero aquí hay quien despache. Espero que tanto nuestras autoridades como el sector privado se den cuenta de la importantísima función social que tiene la cultura. Señores gobernantes, apoyen con lo que puedan, pero apoyen siempre. Señores empresarios, suelten el billete, es totalmente deducible. México es un importante semillero mundial de cantantes de ópera, hagamos de Culiacán el semillero más importante de México.

                                                                                                                 Roberto Rojo Alvarez