Gritos en
DIFOCUR
A mi amigo
Gabriel Mijares,
creador de
voces, perpetrador de sueños.
TOMA 2.-
Cuando niño (diría Don Francisco),
era aún más metiche de lo que soy hoy en día. Mi curiosidad me llevaba a
preguntar y poner atención en absolutamente todo lo que cruzaba por alguno de
mis sentidos. Es por esto que todavía conservo en mi mente de una manera muy
nítida mi primer acercamiento a eso que llamamos Ópera.
Tenía no más de 8 años de edad
cuando un sábado por la mañana irrumpí en el cuarto de mis padres. Estaban
viendo en la televisión una película cuyo protagonista era el pésimo actor y
gran cantante Luciano Pavarotti. Lo único que recuerdo del filme es una
secuencia en la cual el automóvil del tenor se avería a media carretera en un
bello paraje italiano, pasa un carro lleno de monjitas y le dan un aventón a su
destino final. En el trayecto, la madre superiora (al menos la más picuda de
ellas) finge no saber quien es el sujeto en cuestión, y él en un afán por
demostrar su identidad canta algunas canciones napolitanas y arias de ópera. Al
final la monjita le confiesa que en todo momento supo de quien se trataba y le
agradece el pequeño concierto privado. Fue pues en ese momento de mi vida
cuando tomé la idea de que la ópera era algo así como cantar a gritos.
Pocos años después, una historia
similar. Entro a la recámara de mis progenitores mientras ven en la tele una
ópera llevada a la pantalla grande. Gran tontería hacer una película del arte
escénico por excelencia más ambicioso que ha logrado el ser humano, ya que en
éste se conjuga música orquestal, canto operístico, canto coral, actuación y
baile, además de hacer uso de una basta escenografía. Aunque la descripción del
agudo escritor ruso Wladimir Nakoviev sea la siguiente: “La ópera es una cosa donde
el tenor se quiere acostar con la soprano y el barítono nunca los deja”, este
espectáculo no deja de ser lo que se mencionó en la revista ProÓpera: “Hacer
una ópera es un milagro”. Pero bueno, eso es lo que mis señores padres veían en
el televisor. Esta vez sí se trataba de una ópera, la cual me sacó totalmente
de mis esquemas. ¿Cómo era posible que los actores se comunicaran absolutamente
todo cantando? ¿Cómo podía embonar perfectamente el texto con la melodía y la
armonía de todos los instrumentos? ¿Cómo demonios sabían los músicos lo que le
contestaría el uno al otro? -Esto, -meditaba para mis adentros, -tiene
jiribilla.
Muchos años después (no tantos, pues),
me encontré en la Ciudad de México inscribiéndome al Conservatorio Nacional de
Música. Desde esa fecha, mi contacto con la ópera fue una experiencia
agradable. Con un poco de ingenio y gracias a que mi credencial de estudiante
universitario lleva un sello del Instituto Nacional de Bellas Artes, pude
estacionar mi vehículo y entrar de manera gratuita a cada ópera que se presentó
desde el verano de 1997 hasta el verano del año 2003. En este hermoso teatro
tienes la fortuna de ver en cada producción a al menos un cantante de talla
internacional. Mucha gente ignora que México es a nivel mundial posiblemente el
mayor semillero de exponentes del Arte Lírico, y es en este recinto en donde se
inicia la mayoría de ellos.
En alguna ocasión me hice acompañar
a la ópera por el celebérrimo personaje oriundo de Guaymas, mi querido amigo
Jesús Rodolfo. Se presentaba Elixir
d’Amor de Donizetti, y por ser ésta una ópera Bufa (cómica), el auditorio
irrumpía a carcajadas cada vez que algo chistoso acontecía. Durante la primera
escena estuvimos sentados en los últimos asientos de la galería central del
Palacio de Bellas Artes. Debido a nuestra ubicación, mi amigo estaba impedido
para darse cuenta de que en la parte superior del escenario se encuentra una
pequeña pantalla en donde son proyectados los subtítulos de la ópera. Por esta
razón, cada vez que la concurrencia reía lo hacía él también, no porque le
hiciera gracia la trama sino para no desentonar con el público, al tiempo que
pensaba: “Qué cultura maneja esta gente que hasta al italiano le entiende”. A
partir del segundo acto lo invité a que ocupáramos unos mejores lugares que se
encontraban vacíos, y fue hasta entonces que se dio cuenta de que no es
precisamente que la gente entendiera el italiano del siglo XVIII, sino que la
ópera, tal como el cine, tiene subtítulos.
Recientemente hubo Ópera en DIFOCUR.
Gracias a la iniciativa del Maestro Concertador Gordon Campbell se presentaron
en un mismo programa las óperas Cavalleria
Rusticana de Pietro Mascagni, y Pagliacci
de Ruggero Leoncavallo. Para quien es amante de los culebrones interminables de
Wagner, esta función doble hubiera transcurrido en un suspiro. Para el público
culiacanense, su duración fue bastante digerible. El resultado: Rotundo éxito.
Se presentaron dos fechas y las dos estuvieron a reventar. El público de
nuestra ciudad no está habituado a asistir a la ópera, entiéndase que no es por
falta de interés ni cultura, sino por falta de producciones de este género. Aún
así, el evento estuvo abarrotado, y los comentarios generales de los asistentes
fueron magníficos.
Ahora podemos estar orgullosos de tener la primera producción operística
en la historia de Culiacán. Me explico. Generalmente las óperas en nuestro país
se producen en el Teatro de Bellas Artes y de ahí se exportan a provincia. Esta
vez fue hecho absolutamente todo en nuestra tierra: La música a cargo de la
Orquesta Sinaloa de las Artes, el elenco de cantantes a cargo del Maestro
Sergio Martínez y el Coro de la Ópera de Sinaloa, aunado al Coro Infantil de
Culiacancito (tienen seleccionado nacional de fútbol, que no tengan coro…).
Para la Dirección de Escena se contrató al señor Luis Miguel Lombana, quien
hizo una extraordinaria labor al innovar una fusión entre la primera y la
segunda ópera dando un salto desde siglo XIX hasta la actualidad, que fue del
agrado de toda la concurrencia. Por último, como se hace en todos los teatros
del mundo, a los solistas se contrataron de diversos sitios, contando con la
presencia de nuestro orgullo navolatense José Manuel Chu Reyes, a quien si no
menciono me retira su amistad.
Más que magníficos cantantes se contrataron para esta producción (tal
vez sin ser éste el objetivo) a increíbles actores. Creo que en la ópera es más
importante representar a un personaje convincentemente que hacer alarde de una
maravillosa voz, al menos en una plaza en donde se está iniciando un gremio operístico.
Así pues, tuvimos la fortuna de ver en escena a la espectacular soprano María
Luisa Tamez en el papel de Santuzza,
y gozamos también de las sobradas capacidades histriónicas de su esposo el
barítono Carlos Serrano, en los papeles de Alfio
en la primera ópera, y Tonio en la
segunda.
Un escritor muy admirado por el autor de este artículo es el famoso
español Alfonso Ussía, quien titula uno de los capítulos de su Segundo Tratado de las Buenas Maneras:
“La Ópera es un Rollo”. Nos dice en este artículo que el espectáculo de la
ópera es realmente reprobable, más aún desde que se inventó el compact disc. Su
argumento es que en cada ópera existen quince o veinte minutos de gran
inspiración musical, y que es una tontería echarse las otras tres horas de
“coñazo cantable” si esto se puede evitar con tan solo oprimir un botón. La
ópera es un género que no a toda la gente le gusta, es por ello que jamás ha
sido masivo sino más bien algo clasista. Parece ser que aquí en Culiacán para
la mayoría de los expectantes fue de considerable agrado.
Recuerdo la vez que Mariana me mencionó un fragmento de la película Pretty Woman, en la que el protagonista
lleva a la meretriz en cuestión al Met
y le hace el siguiente comentario (cito de memoria): “Puedes llegar a admirar
la ópera, pero si no te enamoras de ella la primera vez, no la llegarás a amar
nunca”. Espero que de esta experiencia que vivimos en el Pablo De Villavicencio
hayan salido muchos enamorados, Mariana es una eterna enamorada de la ópera, yo
soy un eterno enamorado de Mariana.
Tuve la fortuna de participar en esta reciente producción como apoyo en
el elenco y me llevé muchas sorpresas. La más importante fue descubrir la gran
cantidad de valores artísticos que tenemos en esta tierra: grandes voces, grandes
actores, y mucho talento en general. Tuve también la fortuna de conocer a una
guapísima señora que ha dedicado gran parte de su vida a enseñar el arte
plástico de la pintura, Vanesa, quien con sus ojos me guió en el escenario y
cuya sonrisa es capaz de iluminarlo todo, entre otras cosas, la vida de su muy
talentoso esposo, el actor, director y productor Miguel Alonso. Sé que
recientemente han tomado la decisión de venir a radicar en nuestra ciudad, y me
alegro porque sé que son dos seres humanos que permearán a esta sociedad con su
basta cultura. Bienvenidos sean siempre.
Hace algunos años el instituto austriaco Wienner Skernaben Institut publicó un dato estadístico en el cual
se dice que la mayoría de los abonados a la ópera de Viena mueren inmersos en
la demencia. Ojalá muy pronto contemos los culichis con la posibilidad de ser
abonados a la ópera de Culiacán. Gran orgullo, al fin que aquí en nuestro país
ya todos estamos locos.
Existe en este momento la inquietud por formar en Culiacán una Compañía
de Ópera. Loable esfuerzo el que se requerirá, pero aquí hay quien despache.
Espero que tanto nuestras autoridades como el sector privado se den cuenta de
la importantísima función social que tiene la cultura. Señores gobernantes,
apoyen con lo que puedan, pero apoyen siempre. Señores empresarios, suelten el
billete, es totalmente deducible. México es un importante semillero mundial de
cantantes de ópera, hagamos de Culiacán el semillero más importante de México.
Roberto Rojo Alvarez