sábado, 1 de septiembre de 2007

MADRE PATRIA


MADRE PATRIA

“Dulce et decorum est pro Patria mori”
Horacio

            Cuando se es músico y además se tiene la intención de vivir del arte, se llega a desarrollar oficios que muchas veces están fuera de nuestros planes. Desde tocar los fines de semana en el mariachi “Águilas de Plata”, hasta cantar en el coro del Conservatorio Nacional de Música la desagradabilísima obra del Maestro Blas Galindo intitulada “Suave Patria”. Además de que la letra del famoso poema de Ramón López Velarde resulta bastante cursi para una obra musical, la intención atonal de Don Blas Galindo la hacen casi imposible de memorizar. Fue sin duda el trabajo musical menos deleitable en mi trayecto por el Conservatorio, y la única razón por la cual no me podía negar era precisamente por la Patria. Por la Suave Patria.
            Mi primera imagen de la Patria vino en la primaria, en la portada de un libro donde estaba impresa una señora vestida de blanco con una capa roja, con una tabla sujetada con el brazo izquierdo y con la mano derecha alzando un ramito (tal vez de azahar), elevándose entre las nubes cual arcángel católico. Esta representación de la Madre Patria de alguna manera me hizo ver desde niño que la Patria en su espíritu metafísico, como lo indica el escritor Jesús Iberia, es sobre todo un valor espiritual. Tal vez por esta razón confundo hasta la fecha en los billetes mexicanos a Sor Juana Inés de la Cruz con Josefa Ortiz de Domínguez, y viceversa.
            El pueblo de La Constancia, Nombre de Dios, Durango, es por desgracia como tantos otros pueblos de nuestro país un gran exportador de braceros. Según mi tía Nena, una leyenda urbana que corría por aquel pueblo era que a los mexicanos radicados en el país vecino del norte los hacían caminar y escupir sobre una bandera mexicana si estos querían obtener su residencia norteamericana. Mi tía Nena se llamaba Magdalena Veneranda, era una gran contadora de historias, y sabía de sobra la indignación que causaba en sus crédulos discípulos aquella anécdota. Ahora me hacen falta su risa y sus historias, y como ya lo he dicho en repetidas ocasiones, cuando encuentre una mujer que acepte nombrar así como ella a mi primera hija, me caso… Sigo soltero.
            En sexto de primaria, la profesora Genoveva nos hacía dibujar las banderas del mundo con el fin de memorizar su imagen y relacionarla con su país. Ninguna bandera era tan distinta entre las demás del grupo como la mexicana. Lograr dibujar un águila devorando a una serpiente sobre un nopal es un universo distinto en la cabeza de cada alumno. Había águilas que parecían gallinas, otras tan calvas como un cóndor. Yo como siempre opté por la comodidad, puse una moneda debajo del papel, y calqué con un lápiz el escudo de una moneda… La mala calificación no se hizo esperar, también como siempre.
            En secundaria era solamente privilegio de los más altos promedios el pertenecer a la escolta que cada lunes a las ocho de la mañana cumplía con los Honores a la Bandera. Por razones obvias hubiera sido para mí inimaginable algún día participar en dicha escolta, hasta que un buen día en un homenaje yo no podía dejar de reír. La Directora me hizo llamar a mí y a otros contagiados de mi buen humor que estaban alrededor. Cuando preguntó de qué nos reíamos se me hizo fácil decir que porque la abanderada marchaba chistoso… A la semana siguiente mi risa se cubría con nuestra enseña nacional. ¡Sí señor! Tuve el privilegio por única vez de participar como abanderado en la escolta de mi colegio.
            Estando ya en preparatoria, había un joven en mi escuela que gustaba del canto imitando a Don Vicente Fernández. Este joven ganó un concurso de aficionados en una feria local, y al Director de la prepa se le hizo un buen detalle ponerlo a cantar un lunes cívico frente a todo el alumnado. Cuando el muchacho comenzó a cantar, tuve la ocurrencia de esconderme detras de un árbol y lanzar una moneda al patio central. Las risas y las monedas de los alumnos cundieron por todo el recinto. Mi intención no fue ofensiva, aunque a la distancia creo que es una de las miles de cosas que no se deben de hacer en un horario destinado para honrar a la patria… Ni poner a cantar alumnos, ni tirar monedas sobre el patio central.
            El mexicano tiene inserto en su ser un amor a la Patria poco común y de una profundidad que no necesita de mega-producciones fílmicas para ser recordado, solo explicable en la letra de nuestro Himno Nacional: “…un soldado en cada hijo te dio”… Habrá de tener cuidado cualquier nación del mundo en donde de manera indebida y probablemente por falta de patriotismo tengamos ya inmiscuidos a más de veinte millones de mexicanos.
            Por fortuna nuestro país tiene ya muchos años que no sufre alguna guerra. El Patriotismo nos sale únicamente cuando vemos que los pinches gringos se bailan a nuestra amada Selección Nacional de Fútbol. Como bien lo menciona Germán Dehesa: No duele tanto la patada como el huarache con que nos la pegan.
            Este año los invito a reflexionar sobre qué significa la Patria, qué tanto a pesar de los malos caudillos que hemos tenido nos sigue importando, y ojalá nos demos el tiempo de visitar todos los recintos de nuestra ciudad en donde haya alguna exposición, ya sea interior o exterior, de nuestra más íntima historia. De la historia de nuestra Madre Patria.

Roberto Rojo Alvarez

miércoles, 1 de agosto de 2007

LLUVIA


LLUVIA

“La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado”
Jorge Luis Borges

            Recuerdos de lluvia tengo muchos, buenos y malos. Los malos se refieren a  todas aquellas veces que he visto llover y no me he mojado. Los buenos fueron los que me hicieron sufrir frío y desesperación, pero que me fortalecieron el espíritu y me purificaron el alma.
            En el interminable camino de la formación personal, a mí como hijo me tocó un papel poco envidiable: “El hombre de la casa”. Esto suponía hacerme cargo de las labores familiares que nadie más estaba dispuesto a realizar, desde bajar la siempre perforada bolsa de basura, hasta lavar cada ocho días la zona en donde nuestra amada y difunta mascota Blacky destinaba al buen descomer. De ambas actividades solamente me salvaba la lluvia.
La vez que recuerdo que he tenido más frío en mi vida fue en la ciudad de Durango. Siendo yo todavía niño, una tarde acompañé a mi abuelo a un mitin político en el que se reclamaba un supuesto fraude electoral. Rodolfo Elizondo (ahora “El Negro”) había perdido la elección para gobernador del estado. No sé qué tanto se inmiscuya Tláloc en política, pero de la nada empezó a llover a cántaros provocando que se disolviera toda la concurrencia. En lo que mi abuelo y yo encontramos un lugar para guarecernos, estábamos ensopados hasta el elástico del calcetín. Recuerdo cómo yo temblaba y cómo mi abuelo me abrazaba. Ese fue el regalo de aquella lluvia de verano de hace muchos, muchos años.
Con un poco más de edad, estando cursando la secundaria a mando de la temible Verruga, la única manera de trasladarme con mis amigos era en bicicleta. La lluvia no era capaz de mitigar mis ganas de chacoteo, por lo tanto aunque lloviera, tomaba mi bicicleta, trepábase Fernando en los diablitos, y comenzábamos a pedalear rumbo a donde la fiesta nos llamase. No fueron pocas las veces que se nos rompió la cadena, que desalineábamos el rin de la llanta trasera, que se nos caía el asiento, que rompíamos el manubrio, pero eso sí, cómo nos divertíamos en esos larguísimos trayectos. La dulce lluvia dejaba su tenue marca a manera de vía láctea color chocolate en la parte de atrás de nuestra blanca camisa del uniforme. Enojo maternal garantizado.
            La lección de mecánica suponía tener a mi servicio (por así decirlo) un viejo Mustang ’72, hermoso. Y como suele suceder también con una buena proporción de la gente hermosa, no servía para nada. En realidad era un buen coche, hasta que mi excuñado Alfredo hizo que le sonara hasta el aire de las llantas. Yo tenía dos opciones, o le prestaba el carro y me dejaba a solas con mi entonces novia Lety, o lo tenía a un lado sin tener margen de maniobra. Pues este bello automóvil tenía cierto pavor por la lluvia, que tan pronto empezaba a lloviznar me dejaba tirado donde estuviera y siendo la hora que fuera. Recuerdo en especial la vez que por enésima ocasión quise cruzar la calle Aquiles Serdán pensando “ahora sí paso”, y por supuesto quedamos a media calle con el motor apagado y el agua entrando por debajo de las puertas. El remedio de mi amigo Enrique Antonio fue quitarnos los tenis, remangarnos los pantalones, y bajarnos a empujar al viejo Mustang hasta un lugar donde no estorbara el libre flujo de los Vochos, que son los únicos automóviles que pueden cruzar esa calle cuando llueve. Llevábamos ya algunos metros avanzados cuando mi amigo vio entre nosotros y la defensa del carro un objeto flotante que generalmente flota en otros objetos de porcelana denominados escusados, y no en pleno paseo rumbo al Malecón. Nos echamos a reír con la cara llena de lluvia, y seguimos empujando. Estos son los lindos regalos que provoca el exceso de lluvia en nuestra ciudad.
Después pasó a mi “servicio”, cuando obviamente ya era un artículo de deshecho, la famosa Guallina. Este automóvil pasó a mis manos para cumplir la tarea de montar y desmontar unos puestos de importaciones que en su momento fueron la novedad en Culiacán: “Todo por 7”. Que comenzara a llover provocaba a la hora que fuera que me dirigiera inmediatamente a desmontar los mencionados estantes, y la vendimia del día por razones obvias concluía. Además de tener unas llantas tan lisas como las de cualquier coche F1 y haberme ponchado en una ocasión ocho veces en una semana, este carro tenía la peculiaridad de que después de terminar de llover en el exterior, dentro de ella seguía lloviendo por alrededor de 10 minutos más. Intenté tapar esas goteras tanto con silicón como con chicles Motita, pero jamás tuvo un buen resultado. Este es el único coche que antes de venderlo tuve que lavarlo con manguera… por dentro, por supuesto.
Poco más grande, a la edad de 28 años, la lluvia europea provocó que faltara yo al séptimo mandamiento. Caminaba desolado en la madrugada por las calles vacías de Florencia, con una guitarra al hombro, sin transporte público disponible, sin posibilidades económicas para tomar un taxi, a aproximadamente cuarenta minutos a pie de mi domicilio, y con una lluvia fría sobre mi espalda. Cuando de pronto la vi. ¡Era ella! Nos estábamos buscando desde hacía mucho tiempo atrás. Brillaba con luz propia. Me esperaba quietecita en una esquina, tan linda, y con una cadena mal puesta que no me dejó alternativa… Me robé esa preciosa bicicleta blanca, y vivimos en unión libre durante largos y felices meses… Con el agradecimiento que solo se tiene hacia quien le ha salvado a uno la vida, me despedí de ella. Se quedó en el viejo continente, y yo la recordaré eternamente… La lluvia me orilló, y yo acepté.
Estamos ahora en tiempo de lluvias. Cada gota que cae del cielo viene para purificarnos, aunque a veces no comprendamos sus excesos o su ausencia. Cada vez que llueve viene a mí la nostalgia de todos los regalos que me ha traído la lluvia. Todos inolvidables e invaluables. Aprendamos cuando llueva sobre mojado, y bailemos en la lluvia cuando todo marche bien. Y no se preocupen si los encuentra solos detrás de una ventana y sienten como lluvia saliendo de sus ojos... Es lluvia.

Roberto Rojo Alvarez

domingo, 1 de julio de 2007

TIPS PARA VIAJAR


TIPS PARA VIAJAR

“A donde fuereis, haz lo que viereis”
Anónimo, al menos para mí.


            Llegó como una aparición. Mi cabeza no podía creer lo que mis inocentes ojos le estaban transmitiendo. Era la niña más estética que jamás hubiera imaginado a mis tan solo seis años de edad. Las monjitas la llevaban a presumir por todas las aulas del Colegio Sinaloa, no por bonita sino porque leía fluidamente el español, además de ser el mejor promedio de la institución cuando el resto de los alumnos a duras penas recitábamos “Mi mamá me mima”.
Largas horas de mi pensamiento consumió aquella utopía, y confieso que al menos tres años de mi vida estuve inventando historias y filosofando sobre por qué tanta belleza en una sola persona. Suponía que tanto sus padres como su familia debía ser gente muy bonita. Pero temprano comprendí que eso dista mucho de ser una regla.
            Cuando conocí a su hermano mayor me llevé una gran sorpresa. Además de ser más bien feo, en repetidas ocasiones y por intervalos de algunos cuantos segundos hacía una serie de movimientos raros de los cuales mi referente más cercano era una “Chiripiolca”. Frente a este fenómeno mostré cara de asombro hasta que se acercó un amigo a decirme, -Es un tip”-, que es la versión culichi de lo que en clínica se diagnostica como “tic nervioso”.
            Esa fue la primera vez en mi vida que escuché la palabra “Tip” que hoy tanto nos atañe. La segunda fue cuando sacaron a la venta una deliciosa gaseosa ahora extinta denominada “Tipp”, la cual fluía entera y libremente por mi garganta cuando realizaba la “gracia” de beberla de un solo golpe. La imagen publicitaria de este refresco de mi infancia era la de un delfín que ninguna relación tenía con la bebida, pero poner a este mamífero como imagen o mascota siempre es una buena carta de presentación.
            Hoy en día la palabra “Tip” se utiliza como un modismo extranjero para dar ciertos consejos breves ante cualquier acción a desempeñar, pero es perfectamente incorrecta y su uso me parece poco apropiado para un prestigiado Agregado Cultural. Por tal motivo cambiaré el título de este artículo por el siguiente:

“Breves consejos útiles para viajeros”

            Lo primero que hay qué hacer cuando llegas a un lugar desconocido es poner cara de “no hay pedo”, o la versión más apropiada: “Todo está bajo control”. La seguridad y el perfecto dominio de nuestra expresión es útil para ahuyentar a los asalta-turistas, que según cuentan en algún lejano lugar existen. El dominio de esta técnica se comprueba cuando algún otro viajante se acerca a ti a preguntarte por alguna dirección. Es de los pocos momentos de la vida en los que es permisible comportarte como un chilango, así que a mandarlo a algún sitio aunque desconozcas su paradero.
            Al visitar una playa te recomiendo mucho sentarte por unos momentos a organizar el tiempo que le dedicarás a la toma de sol. Divídelo entre la cantidad de días que estarás en sobre-exposición, y cuando en la cara tengas la sensación de traer una mascarilla de lodo en tiempo de sequía, levántate y no lo intentes más. El turista común y ordinario llega, y a como dé lugar se quiere ver trigueño desde el primer día. Como resultado ahí andas desde la primera noche solicitando al primer buen samaritano que se te atraviese pidiéndole el favor de untarte leche de magnesia en la espalda.
            Si vas a algún país de habla extranjera (o a Yucatán), busca la posibilidad de ser conducido por algún amigo de un amigo que por suerte habite en aquella región. La sensación de no entender en lo absoluto lo que la gente está diciendo es posiblemente de las más desahuciantes que existen, y nadie mejor que un nativo de confianza para engañarte. Se reirá mucho de ti, pero tu integridad estará a salvo.
            Este consejo también es útil cuando vas a un país cuya lengua se supone que conoces, ya que el oído humano tarda algunas horas y a veces unos días en acostumbrarse al cambio y tomar el ritmo. Y si crees que dominas el idioma inglés, no vayas a Australia porque tus lágrimas rodarán.
            En la supuesta desgracia de la necesidad de un guía de turistas, de esos que le sonríen a los viajantes y luego se voltean con el chofer para mentar madres en su idioma natal, la mejor recomendación que te puedo hacer es que hagas totalmente lo contrario a lo que él te diga, sobre todo si se trata de comprar baratijas en esas tiendas inmensas atendidas por una señora de pelo teñido y bata floreada. Lo mismo si te lleva a comer a un restaurante bufete en el que todo está incluido (con excepción de los refrescos de 100 ml de a cinco dólares), en el cual llega saludando de abrazo al dueño del sitio a la vez que le dice en perfecto hebreo: “Ya me tiene hasta la madre esta gente tan tacaña”. Te recomiendo ampliamente que salgas del sitio y te compres alguna fruta para aguantar mientras encuentras algo a tu gusto, siempre y cuando la fruta no sea exótica por aquellos lares.
            Si andas lejos del hogar y no tienes la ventaja de ir con un presupuesto holgado, busca siempre economizar en las comidas. Los sitios que son zonas exclusivas para turistas están repletos de lugares caros y malos. Es preferible que busques un McDonald’s y vayas a lo seguro, al fin que poco veneno no mata. Queda estrictamente prohibido cometer la ordinariez de sacar una salsa La Guacamaya, o realizar la viejísima broma de preguntar al mesero si te puede traer unas tortillitas. Millones de mexicanos ya hicieron esa broma antes que tú, y ya no es graciosa… Como bien diría mi amigo morelense Don Luis Pedraza: Eso no es de gente bonita.
            En el supuesto caso de quedarte sin dinero y no tener un don artístico con el cual poder sobrevivir, si te encuentras en un agraciado país donde exista la cadena suiza de supermercados “coop”, deberás de seguir al pie de la letra los siguientes pasos: Localiza un supermercado de esta cadena, camina entre tres y cinco cuadras a la redonda del establecimiento, haz contacto visual con los carritos de súper abandonados que pertenezcan al mencionado establecimiento, elige la ruta a recorrer que te quite menos tiempo, ve recogiendo los carritos embonándolos uno a uno, y por último llévalos a su lugar de origen. Por cada carrito que trabes de nuevo en la fila del súper, obtendrás una moneda de un Euro… Dicen por ahí las malas lenguas que algunas personas han realizado esta actividad para sobrevivir. Vaya usted a creer.
¡Ah!, y ya que andan por ahí, por favor les encargo una caja de cereal marca propia imitación “Coco Puffs”. Pocas cosas en la vida harían a mi hermanita tan feliz como volver a crujir sus mandíbulas ante tan exquisito manjar… Si por curiosidad deciden probarlos y es ésta su primera vez, les recomiendo dejarlos en remojo de leche una noche antes de intentar ingerirlos, y tener a la mano una crema dental para dientes sensibles.
No cargues con libros. Los aviones en la actualidad tienen una serie de amenidades que te provocarán todo menos ganas de leer, además de ser mucho más chic comprar una buena revista del sitio en el que te encuentras. Tan pronto te subas al avión hay qué recordar el postulado de mi amigo David Coppel: La batalla por la codera de tu asiento se libra en los primeros diez minutos o se pierde para siempre.
El buen uso de la cámara fotográfica es fundamental. Es muy importante recordar que portas una cámara y no darte cuenta hasta que estás de regreso en el hotel. Si hay necesidad de que alguien más les haga la fotografía, busca a algún hombre bajito y de ojos rasgados, y el éxito de la toma estará garantizado. Procura salir en las fotos y captar escenas que sean únicas, para los sitios de interés siempre habrá tarjetas postales mucho mejores que las que tú puedas lograr. Siempre ten en mente que Hallmark tiene mejores fotógrafos que tú.
Si lo que esperabas leer en este artículo era que lleves ropa floja y calzado cómodo, para eso compra una vulgar revista del corazón. Estas letras son para gente seria que lee la prestigiada revista En Boga, tan buena como su escritor… Camina todo lo que puedas y haz muchas fotos mentales. Buen viaje.

Roberto Rojo Alvarez

viernes, 1 de junio de 2007

AY PAPACITO


¡Ay, papacito!

“No importa quién era mi padre; importa cómo lo recuerdo yo”

            El término “desde que tengo uso de razón” suele ser muy ambiguo. La primera infancia nos viene a la cabeza a manera de recuerdos vagos, a veces felices, a veces llorando. La gran mayoría de los recuerdos de mi niñez comienzan con una frase que siempre pronunciaba justo antes de esbozar una pregunta al eterno receptor de mis interminables dudas: “Oye, papá…”
            Fue a través de la sabiduría y la fantasía de mi padre como poco a poco fui descubriendo el mundo. Era de esperarse que entre tantas explicaciones en las que sintió la obligación de explicarme la vida, fluyeran algunas historias que eran totalmente producto de su imaginación.
Una de las que más recuerdo fue camino a visitar a la familia de Durango por la ahora olvidada carretera libre Culiacán-Mazatlán, justo enfrente del Cerro del Elefante. Le pregunté por qué el cerro tenía ese nombre, me dijo que cuando él era chico los elefantes eran muy grandes, que uno se había quedado a dormir ahí, murió, y con el paso de los años le habían crecido árboles y ramas de toda especie. A mí esa historia me causó largos minutos de reflexión, pero era el testimonio infalible de mi padre. Creo que en ese momento jamás imaginó que tres décadas después yo iba a recordar esa y muchas otras anécdotas al dedillo.
Este mes se celebra el Día del Padre. Existen padres anticuados y rejegos como lo fue el mío, que por encimita se niegan a recibir regalos y felicitaciones por considerarlo un día cursi y comercial, aunque en el fondo están tan contentos como una madre en su día.
En este país que a penas comienza a dar indicios de desarrollo, los sueldos de mis maestras de primaria habrían de ser más raquíticos que como lo son en la actualidad. Por esta razón era común que las profesoras buscaran métodos alternos para corretear el bolillo. Una de las prácticas más comunes era aprovechar la coyuntura que ofrecía el hecho de que en las escuelas se fomentara el ahorro entre los alumnos, razón por la cual unos días antes de algún festejo como los que en este momento tratamos, la preceptora en turno sacaba sus inmensos catálogos para intentar vendernos los tan famosos productos de la empresa multi-nivel que representaban.
A mí los regalos que ahí vendían me parecían formidables y de muy buen gusto, tanto que por dos años seguidos le compré a mi papá unos hermosos frascos con loción marca “Avón”. El primero envasado en una linda y roja lámpara de aceite con la leyenda “Coleman” al frente, y al año siguiente un hermoso frasco de cristal color ámbar, con la cara de un viejo barbón en la parte más gruesa de la botella que simulaba ser una ingeniosa pipa para fumar.
Meses después encontré las dos botellas de loción intactas. Debo aceptar que en ese momento mis sentimientos se vieron lastimados, y me costó algunos años enterarme de las ronchas que le provocaban a mi señor padre los líquidos de tan respetable compañía. Hoy ese suceso es para cualquier adulto muy sencillo de entender, así que recomiendo ampliamente a quienes se estrenan como papás que si se ven envueltos en semejante aprieto, vayan deshaciéndose paulatinamente del líquido en cuestión, hasta el momento en que su retoño esté en edad de entender lo molesto que resulta que cualquier persona nos quiera cambiar el aroma.
Regalarle algo a mi padre siempre me pareció el reto más difícil en cuanto a presentes se refiere. Si le compraba ropa, terminaba estrenándomela yo porque desde que soy un adulto (al menos en fisonomía) usábamos la misma talla. La música era una de sus pasiones, pero a mí me enojaba muchísimo regalarle discos porque invariablemente los extraviaba, a lo sumo en dos semanas. Una que otra vez le regalaba alguna novedad tecnológica por el puro gusto de ver la cara de emoción que hacía al descubrir su regalo, aunque minutos después lo abandonara para siempre.
Un padre suele ser quien nos enseña el lado no tan dulce de la vida, es por esto que en muchas ocasiones nos hace valorar lo que cuestan las cosas, y nos apoya siempre, teniendo cuidado en no mal-educar a base de consentimientos innecesarios. Es común también que concentren sus esfuerzos en querer realizar algunos de sus sueños en nosotros, por esta razón a un padre tan rústico como el mío le causaba corto circuito neuronal que el sueño de su hijo fuera ser un músico director de orquesta.
Algunas ocasiones buscando un propósito educacional, en un afán por no mostrar la risa y el contento que mis sorpresas le provocaban, mi padre ponía una nada convincente cara dura. Recuerdo especialmente la vez que llegué de sorpresa a una boda en la ciudad de Guadalajara donde mis padres estaban, y aparecí justo en el momento de la misa en que estaban dándose el saludo de paz (no intenten entender esta parte de la liturgia que se deriva de la traducción de la palabra hebrea shalom, que es lo que se decía el pueblo judío cuando se saludaba). También recuerdo la risa que le provocó una postal que les envié del viejo mundo con una sola frase que decía: “Papás, gracias por ayudarme a pasearme tanto”.
Carmelo es en este momento de mi vida quien hace las veces de mi vástago. Y toda proporción guardada, hasta un cachorro nos pude hacer entender que a pesar de todos nuestros esfuerzos de adiestramiento, no hay satisfacción más grande para un padre que ver a sus hijos sanos y felices.
Felicito en este mes a todos aquellos padres que a pesar de los errores propios de todo ser humano tuvieron la hombría y la lealtad para quedarse al lado de su familia y de sus hijos, y me precio de vivir en una familia en la cual aunque tal vez sucedió muchos años antes de lo que todos hubiéramos deseado, tuve un padre que permaneció al lado de sus hijos y de mi madre hasta que la muerte nos separó. Muy feliz día del padre.

Roberto Rojo Alvarez

martes, 1 de mayo de 2007

QUÉ DEMONIOS ESTOY HACIENDO EN AUSTRALIA



            Fue la pregunta que me hice después de un fatigoso vuelo de diez y seis horas y media, un movimiento de fecha poco sencillo de explicar, y un cambio de horario que para cuando me adapté a él ya era momento de volver.
            Estaba en Australia movido por el cariño a un gran amigo que celebró sus nupcias con mujer oriunda de aquel lejano continente. Lugar al cual jamás hubiera ido de no haber sido porque mi amigo se convirtió en Wedding Planer y me mandó la invitación con un año y medio de anticipación. En ese momento saqué la alcancía de Barney que mi hermana me regaló y me dispuse a ahorrar.
            Sydney, según parámetros desconocidos de cierto artículo que jamás he visto de una revista que ignoro cual es, es la ciudad con mayor calidad de vida en el mundo. No se necesita bastante tiempo para darle credibilidad a esta aseveración. Es una ciudad hermosa, moderna, ordenada, hospitalaria, económicamente accesible, con grandes áreas verdes, un transporte público impecable por mar y tierra, una de las casas de ópera más famosas del mundo que ahora está siendo nominada como una de las 7 maravillas del mundo moderno, una de las playas más codiciadas por los surfers, el Centro Comercial más bonito del mundo según Pierre Cardin, y unos murciélagos en el aire que por su tamaño parecen becerros.
            Impresiona mucho el orden de las personas y el cuidado que se tiene en los detalles al ciudadano común. Por ejemplo, cada esquina de la ciudad cuenta con los siguientes aditamentos: Un bote de basura con un cenicero arriba y un área especial para el apagado del cigarrillo; una leyenda en el suelo donde se indica al transeúnte a qué lado se debe de voltear a ver si viene vehículo debido a que en aquel país se maneja en contra-flujo con respecto a la mayoría de los países del mundo, y un semáforo peatonal con sistema Braile para oprimirse cuando se desea cruzar que emite un sonido según la dirección y el estatus del mismo.
            Esta ciudad brinda la posibilidad de recorrerse totalmente a pie. Tiene dos muelles repletos de bares y restaurantes con una variedad impresionante de bebidas y alimentos, todos de la localidad. También grandes parques aptos para ejercitarse, costumbre que no es precisamente de mis fuertes, pero sí de los australianos que a cierta hora vacían la ciudad y se vuelcan sobre los parques con este propósito. Y para quienes gustan del Surf, está la famosa playa Bondi.
            Es en Australia el Surf realmente un deporte nacional. Sorprende mucho ver tanto a niños de menos de un metro de estatura, como a señoras con su tabla en la mano dispuestas a meterse al mar a surfear. Un dato interesante es que fueron los australianos quienes inventaron los billetes plastificados, para evitar que se percutieran cuando la gente entrara al mar. También hay un número abrumador de tiburones, lo cual no hizo mella en mi amigo Proto cuando le pregunté al respecto unos minutos antes de que se metiera al mar contestándome: “Hay más de doscientas personas surfeando, ¿qué probabilidad hay de que me coma uno a mí?” Tenía razón, nada le sucedió.
            La boda fue en definitiva la mejor parte de mi viaje, y me veré obligado a contarles un poco para poder describir a mayor detalle al pueblo australiano.
            De Sydney me trasladé por avión a Brisbane para acercarme al sitio de la boda. Aquel país afortunadamente no comparte la psicosis enferma de nuestros vecinos del norte, y en sus aeropuertos a las personas realmente las tratan como personas, evitando quitarte cintos, zapatos, relojes, monedas, etc. Tan es así que cuando me bajé del avión y salí del aeropuerto recordé que olvidé mi libro guía en el respaldo del asiento. Bastó con pedirle permiso al tipo de la entrada para que me dejaran ir sin pedirme absolutamente nada hasta la nave por mi objeto. Otra peculiaridad de las líneas aéreas de aquel país es que las sobrecargos hacen muchas bromas al momento de dar las instrucciones, con el fin de que los pasajeros rían a carcajadas y esto los libere un poco del nervio de volar. A mí realmente no me causó ninguna gracia el guión de las azafatas, no porque no fuera gracioso sino porque el inglés australiano es una cosa tan difícil como el náhuatl precolombino.
            Del aeropuerto de Brisbane tomé un autobús rumbo a Mooloolaba, playa donde sería el matrimonio de mis amigos. Además de que estos señores manejan constantemente en lo que para mí es un claro sentido contrario, es muy curioso ver por las carreteras los típicos letreros con un rombo amarillo donde en lugar de venir una vaca o un par de niños con mochila queriendo cruzar, está impresa la silueta de un canguro.
            Canguro significa en la lengua nativa australiana “No te entiendo”, que era lo que contestaban los nativos cuando los colonizadores ingleses preguntaban por el extraño marsupial. Este animal es tan común en aquel país como los grillos en Culiacán en tiempos de aguas. La población en Australia es de veinte millones de habitantes, mientras la población calculada de dicho animal sobrepasa los cuarenta y cinco millones. Por esta razón se permiten vender souvenirs de infinidad de objetos provenientes de la piel de dicho animal, y las hamburguesas de canguro es un platillo que no se puede dejar de probar. Lo más extraño que vi fue un abrelatas con un letrero que decía “Kangaroo Eggs”, que consistía en un abre-sodas metálico incrustado en los escrotos disecados de canguro real. Grotesco recuerdo éste, pero como bien canta Serrat en la intitulada canción La Aristocracia del Barrio: “Ha de haber gente pa’ todo”.
            La boda fue un éxito. Rodolfo encargó dos botellas de tequila por mexicano puesto en Australia, y de alguna manera hizo llegar a aquellas lejanas tierras una maleta de falluquero llena de toda la parafernalia que se reparte en las bodas mexicanas. Además de que los güeros aquellos son buenos para la bebida, fue un éxito aderezarles la boda con collares, globos, maracas, coronas, faldas hawaianas, y sombreros de charro. Pero el momento de clímax llegó cuando comenzó la canción de “El Santo, El Cavernario” a cargo de La Sonora Santanera y sacaron las máscaras de luchadores. Fue una arrebatinga de grandes y chicos, mujeres y señores, todos con una máscara que no tenían idea con qué se comía. Hasta se acercaban a nosotros sacándonos la lengua, frunciendo las uñas y exclamándonos “BUUU”. Como nuestra situación etílica no estaba en condición de explicarles nada, mejor hacíamos como que nos asustábamos.
            Pasaron las fiestas y dos días después la resaca, y nos dispusimos a acompañar a los recién casados a un ranchito propiedad del papá de la novia. La peculiaridad de este predio era que por alguna extraña razón había wireless conection (estoy muy cansado para explicar), y que al salir a caminar te topabas con canguros brincoteando por el monte. Luego nos fuimos a casa de los papás de la novia a festejar el cumpleaños del ahora suegro de mi amigo.
            Este señor nos contó la historia más inverosímil que se puedan imaginar. Resulta que existe por allá una especie extraña de pavo que es monógamo, y el lugar donde se aparea por primera vez es el lugar donde debe de hacer su nido (Nota: Todas las especies de animales en Australia son extrañas, no entiendo lo de la monogamia, y mucho menos su cerrazón por el cambio de domicilio). Pues resulta que este señor tiene un problema con un pavo que hace ya nueve años hizo su gracia y su nido en el patio de su casa (que es particular). Le ha hecho una serie de artimañas para que el pavo se vaya, pero este nomás no quiere. Incluso una vez le salió contraproducente porque le puso una lancha vieja encima del nido para que no lo encontrara se fuera, pero ¡oh, sorpresa!, al día siguiente el pavo tenía un nido del tamaño de dos pisos encima del bote del señor.
            No me sorprende el instinto del pavo que sus razones tendrá (o no) para hacer su nido en el lugar de su primer encuentro íntimo. Lo que me sorprende es que ni siquiera está en los parámetros mentales del señor la simple y sencilla solución de degollar al maldito pavo. Y es que en aquellas tierras el respeto por la naturaleza es religión. De hecho, por ley está prohibido agredir a cualquier especie de animal si éste no te agrede a ti primero. Ese es el tipo de cosas que habría qué aprenderles.
            El país es enorme, tanto que es casi por sí solo un continente, y desafortunadamente solo tuve oportunidad de conocer un poquito. Lo bueno es que me quedaron muchísimas ganas de volver, y en nada me afectaría que el destino me llevara a vivir un tiempo por allá. Recomiendo ampliamente su comida, su cultura, su gente, sus tradiciones, y su geografía en general. La vida me permita volver a cantar a José Alfredo Jiménez por allá.

Roberto Rojo Alvarez