Resulta que
soy un hombre con suerte, y la vida me llevó en un tiempo a tener la fortuna de
ser parte del cuerpo directivo de una estación de radio pública que en su
momento llegó a ser revolucionaria en el gremio a nivel nacional y la segunda
en audiencia en la ciudad de Culiacán. Este cargo me dio la posibilidad de
viajar y asistir a eventos culturales de toda índole gracias a mis habilidades
para sonsacar a quien entonces era mi jefa inmediata, que en cuestiones de
aumentar el acervo cultural y culinario es más fácil que la tabla del dos.
Sin duda
(muletilla de moda) los eventos más importantes en los que estuve fueron dos
conciertos que ofreció el tenor español Plácido Domingo. Uno fue en el sitio
arqueológico Chichén Itzá, y el otro en el Teatro del Pueblo en Durango. Fueron
en fechas distintas, con distinta compañía, aunque en los dos coincidió un aguacero
que a punto estuvo de cancelar ambos conciertos.
Pero en
este momento sólo me concierne ocuparme del primer evento. Quiero informarle a
usted que si piensa que no existe un mejor pretexto para viajar a la ciudad de
Mérida y el hermoso estado de Yucatán que asistir a un concierto de Plácido
Domingo en Chichén Itzá con la pirámide Kukulcán de fondo, está enormemente
equivocado.
La mejor
excusa para apersonarse en aquellas tierras está ubicada ni más ni menos que en
el kilómetro 12.5 de la carretera Mérida-Cancún y se llama Hacienda Teya. No
piense usted que es un simple lugar que sirve para hacer lindas fotografías.
No. Es un espléndido sitio en donde se va y se come como un señor.
Amanda fue
mi pequeña jefa y es ahora mi gran amiga. Con ella fue con quien emprendí el
viaje a la Blanca Mérida, cuyo adjetivo en mi infinita ignorancia pensé siempre
que se debía a la predominancia de su color, y no. La llaman blanca por ser una
ciudad que dentro de los confines mayas fue hecha para que sólo gente de raza blanca
habitara en ella.
El pretexto para este viaje fue
El Concierto de las Mil Columnas en el que cantó Plácido Domingo acompañado por
la Orquesta Sinfónica de Yucatán y en cierto momento del recital también se
hizo acompañar al piano por el maestro Armando Manzanero. En el concierto a mi
derecha se encontraba Amanda, a mi izquierda y no tan cerca Rebeca De Alba, y
frente a nosotros la representación de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.
Detalles de poca relevancia.
La cúspide
del viaje fue esa visita a Hacienda Teya Restaurante, en donde tuve el gusto de
conocer platillos que antes sólo le había escuchado saborearse a Carlos Loret
De Mola, y créanme que ahora comprendo esas caras de borrego enamorado que pone
cada vez que menciona las delicias de la cocina yucateca. Para comenzar pedimos
una sopa de lima, que suena como a una simpleza pero que muestra el mismísimo
paraíso a cada sorbo, y un arroz con plátano frito de rechupete. Después
pedimos unos deliciosos papadzules que sabían a gloria, y un Poc-Chuc que ya no
tengo sinónimos alusivos al cielo con qué describirlos. De postre pedimos un
Manjar Blanco, que no es yucateco sino español pero que estaba preparado como
Dios manda.
Además de todo, el lugar es por
de más hermoso. Fuera de unos aplausos poco propios de los comensales cuando
entró al restaurante el maestro Manzanero, y un mequetrefe uniformado de edecán
que quiso realizar con nosotros un concurso para regalarnos una cerveza y al
que corrimos inmediatamente de nuestra presencia con pulcra elegancia, todo fue
muy agradable.
Si algún
día tienen la oportunidad de estar por tierras yucatecas, no pierdan la
oportunidad de hacer una visita a Hacienda Teya. Es un bello sitio preparado
para bodas, banquetes, congresos, convenciones y eventos sociales, que cuenta
con un muy elegante y sobrio salón de fiestas, bellos jardines, y hasta una
linda tienda de recuerdos regionales. Además de que se come como en pocos
sitios del mundo.
Tuve la
fortuna de estar en esos lugares y en esos momentos acompañado de una persona
que es fiel testigo del don de mi buena suerte. Aunque bien lo dijo Isaac
Asimov citando a Louis Pasteur: “La suerte favorece sólo a la mente preparada.", y mi infinito
agradecimiento me basta para afirmar que tan solo ese viaje es suficiente para
decirle al señor Omar Geles: En efecto, maestro, los caminos de la vida
tampoco son como yo pensaba. ¡Son mejores!
Roberto Rojo Alvarez