Ese es el
primer shock en el cual incurrimos en nuestra temporada navideña. Otro es uno
con el que venimos cargando desde la infancia, debido a la lucha cuerpo a
cuerpo y cara a cara que nuestros abuelos enfrentan contra la fortísima
mercadotecnia norteamericana: El Niño Dios vs. Santa Claus.
Llega
incluso un momento de nuestra niñez en el que nuestra confusión es grande. Ya
no sabemos si el Niño Dios entra por la chimenea, o en qué parte de la
pastorela va a salir Santa. Si dirigimos la carta a un recién nacido que
difícilmente sabrá leer o a un viejo barbón que con sus lentes muestra un poco
más de intelecto. Si el pino de Navidad es parte del Nacimiento (el Belén, en
España) o si uno de los Reyes Magos viene montado en Rodolfo el Reno y no
llegará con nuestros regalos sino hasta enero. Y pensar que a nosotros lo único
que nos importa son los juguetes esos que nos anunció Chabelo cada domingo
desde septiembre en su programa En Familia.
Cómo y
donde quiera que sea, estas son fechas óptimas para pasar al lado de la
familia, muchas veces fingiendo que hace frío cuando en realidad terminamos despojándonos
de todas aquellas lindas prendas invernales que adquirimos para usar escasas
tres veces en la vida: Cuando nos las medimos, cuando las presumimos, y cuando
las llevamos a un sitio en el que invariablemente las habremos de extraviar
dejándolas colgadas en algún perchero porque, aunque nos cueste creerlo, este
año tampoco hará frío en nuestra tierra.
Hay gente
que corre con una suerte distinta a la de las mayorías, no sé si mejor o peor
que la nuestra, pero que tienen la capacidad de decidir a qué lugar del mundo
trasladarse para pasar sus vacaciones decembrinas. Para estos fines no hay un
mejor lugar y que reúna más clichés alusivos a la Navidad que la hermosa ciudad
estadounidense de Nueva York.
En la isla
de Manhattan están los iconos navideños más famosos del mundo. Tenemos el
famoso pino de Navidad del Rockefeller Center con su pista de patinaje debajo,
el nevado Central Park con sus lagos congelados donde también se patina sobre
hielo, el Madison Square Garden con “algo” On Ice, la inigualable decoración navideña
de la mundialmente famosa Quinta Avenida, y las múltiples caras de Times Square
que es a donde acuden miles de personas el último día de diciembre para
despedir la Navidad y dar la bienvenida al año nuevo.
Pues este
artículo será útil precisamente para todas aquellas personas que tendrán la
fortuna de andar por allá en esta Navidad. Existe un pequeño sitio que está
ranqueado como el restorán con la segunda mejor hamburguesa del mundo, y según
nos comenta el propietario la razón por la que no lo nombran como el primero es
porque el otro sitio le debe su respeto a la firma McDonald’s que es la cadena
de restaurantes más famosa del mundo.
Este
fabuloso sitio es Joint Burger, y por nada del mundo se lo pueden perder. Es un
diminuto local escondido (y no es sentido figurado) dentro del hotel Le Parker
Meridien ubicado en el número 119 de la
West 56th Street, a escasas dos cuadras de Central Park. A un lado de las salas
del lobby del hotel y detrás de unas enormes cortinas color rojo que bajan
desde su techo de triple altura, está la entrada a este restaurante donde comer
una hamburguesa con papas se vuelve lo menos cotidiano del mundo y se convierte
en una experiencia que jamás en la vida olvidarás. Y no exagero al decirles que
una de las razones por las que a pesar de su escondite mucha gente da con su
paradero es porque las filas para realizar el pedido algunas veces salen hasta
las puertas del exclusivo hotel.
Si van a
New York City esta Navidad, es obligado ir a tomarse una linda fotografía en
cada uno de los sitios antes mencionados. Mi recomendación es que no dejen de
ir a probar una hamburguesa del Joint Burger, porque en sí misma vale la pena
el viaje completo a Nueva York.
Roberto Rojo Alvarez