El Puente Guadalupe Reyes
“Cruza
el amor / Yo cruzaré los dedos” (Gustavo Cerati)
En
aquel entonces todavía era un niño, o como hasta el día de hoy, me negaba a
dejar de serlo. Mi madre llegó de un viaje por la ciudad de San Francisco, el
cual resultó fascinante a toda la familia por diversas razones.
La primera es que había asistido a
un concierto de Raphael y se había logrado colar tras bambalinas. Como prueba
de ello trajo una foto a un costado de la puerta del camerino haciéndose
acompañar por el español, además de un poster
autografiado que permaneció colocado tras la puerta del baño de la habitación
de mis padres hasta el mismo momento en que dicha puerta dejó de existir.
La segunda razón fue que en el
transcurso del viaje mi madre se había subido al automovil de su tío Febronio,
propietario de un restaurante mexicano en San Francisco de cuya fotografía
solamente recuerdo las palabras “Mexican
Food”. Ese coche era un Rolls-Royce, por supuesto.
La última razón, que para mí fue la
más impactante, era una fotografía de mi mamá con mi tía Tina, y de fondo el
impresionante puente Golden Gate.
A partir de esa foto tuve largas
charlas con mi padre sobre el tema. Me contó que San Francisco era la ciudad de
los puentes, ya que ese era únicamente el más importante pero que había otros
más. Yo pensé que Culiacán también tenía mucho potencial, dado que hay tres
ríos y eventualmente se necesitarían más puentes por dónde cruzar. Aunque ciertamente
me discrepaba un poco el ver la foto del Golden
Gate Bridge y después compararlo con nuestro Puente Juárez, por ejemplo.
Comencé a recabar datos curiosos
sobre la manera en que se habían construido los puentes famosos, su altura, su longitud,
los metros de claro entre una torre y otra, materiales, etc. Tardé muchos años
en comprender por qué los llamaban “colgantes”, si claramente se les veían sus
dos patitas sobre el mar. Hasta llegar al punto de inscribirme a la facultad de
Ingeniería Civil del Tecnológico de Monterrey, por qué no, para hacer uno de
esos.
Los años me fueron poniendo en mi
lugar, hasta que me di cuenta de que lo máximo que podríamos llegar a hacer en Culiacán
es poner estructuras como la del Puente Negro para adornar el resto de los
puentes de la ciudad, y tal vez ese podría llegar a ser un distintivo y un pequeño
atractivo turístico de nuestra bella capital.
La vida siguió su curso, y como a
cada mexicano en el mundo Dios siempre le tiene preparada su revancha, un buen
día desperté pensando: “Hay un puente con el que sí nos los empinamos a todos:
El Puente Guadalupe Reyes”.
Consiste éste, como todo hombre de
bien lo sabe, en tomarse muy en serio los festejos comprendidos entre el 12 de
diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, hasta el 6 de enero, día de los
Santos Reyes.
Para el mexicano la fortísima
devoción guadalupana es motivo de gran fiesta. Causa de esto la Basílica de
Guadalupe en la Ciudad de México es el templo católico más visitado del mundo,
aun por encima de la Basílica de San Pedro en Roma. Esta tradición existe en
todo el país, y gracias al Papa Juan Pablo II ahora en todo el continente
americano.
Aquí lo festejamos en La Lomita.
Miles de personas visitan nuestro templo con cientos de niños disfrazados de
San Juan Diego, y a las niñas las visten de Adelitas. Cabe mencionar que la Adelita
es un personaje de la Revolución Mexicana que existió algunos cuatro siglos
después, pero sucede que si solamente al hermanito disfrazan luego la niña se
siente. Además para que desquite el disfraz que se le puso a la niña en
septiembre.
Los festejos del mexicano después
continúan con las tradicionales posadas. Consiste esta fiesta en conmemorar un
pasaje de la historia de Cristo en la que su madre no encuentra quién la deje
entrar a dormir mientras viajaba y la encontraba la noche. Esto el mexicano lo
traduce en un grupo de gente dentro de una casa y otro grupo afuera, velitas,
ponche con piquete, buñuelos, y los dos grupos de gente intentando leer bajo
los influjos del alcohol un papelito ya lleno de cera con la letra de una
canción que lo único que sabemos de memoria es “Entren, Santos Peregrinos...
Peeeregrinos”. No veo la razón por la cual se necesitan varios días para
conmemorar ese pasaje de la vida de Cristo, aunque tampoco lo discuto mucho
porque este año estaré invitado a varias posadas.
Ya con el cuerpo más o menos
golpeado llegamos a la Noche Buena. Los gringos nos mandan los pavos que no
lograron vender en su Thanksgiving y
aquí les inyectamos vino blanco (o del que haya) por todo el cuerpo, y los
rellenamos de picadillo. Si la familia no es muy grande se usa un pollo, que es
mucho más sabroso. Y si la ascendencia familiar es española, con suerte se cena
un buen bacalao, pescado del cual sólo conozco un frasco de aceite llamado
“Emulsión Scott” que es lo que le intentaban dar a mi hermana mayor cuando no quería
comer. La sola amenaza y el temor que a ella le provocaba dicho jarabe, hizo
que mi apetito no se permitiera fallar jamás.
El resto de la semana que le queda
al mes de diciembre, la familia se alimenta con todas las variantes posibles
del pavo recalentado sobrante de la cena de Navidad. También se hacen los
preparativos para la recepción del Año Nuevo, que consiste en acumular muchos
litros de alcohol y muchos kilos de pólvora para los cohetes. El licor y sus
placeres me los puedo explicar, pero el otrora condimento chino, envuelto en
papel periódico, definitivamente no.
Llega la última noche del año (Noche
Vieja, la llaman los españoles), y nos disponemos a cenar, aunque nunca sabemos
la hora más prudente para comenzar. A veces porque el tío mandilón sigue en
casa de su suegra y hay qué esperarlo, o porque simplemente la cena no está
lista. Si empezamos muy temprano, luego falta mucho tiempo para el festejo y la
gente mayor no llega al año nuevo porque se va a dormir. Si nos quedamos cortos
en tiempo, estamos muy satisfechos al momento de tener qué deglutir las doce
uvas en el conteo regresivo de diez segundos, y esta pesadumbre combinada con
los vinos nos puede provocar un poco de nauseas. Sobre todo si a penas
completaron el paquete de uvas y nos toca alguna con semilla.
El desvelo y la probable resaca que
nos provoca ese día solamente se puede sobrellevar si le damos continuidad a
los festejos, bajo cualquier pretexto. Generalmente es despidiendo a los
parientes foráneos que vuelven a sus sitios de origen, terminándonos los
víveres supervivientes de los festejos anteriores.
La última fiesta, que ya más bien es
necedad, es el día de los Santos Reyes. Bien a bien ya no sabemos ni qué tomar
ni qué comer, pero sabemos de cierto que es el último día de la temporada en
que nos permitimos algunos excesos. Convertimos el Oro, Incienso y Mirra (sigo
sin saber qué es la mirra) en tamales, pastel y bebida, y al más morenito de la
familia lo llamamos Baltasar en son de burla.
Éste es sin duda el puente más largo
del mundo, y solo la alegría del mexicano es capaz de construir cada año uno
nuevo. Aunque le provoca a las damitas el impulso de permanecer a dieta por los
próximos 3 meses del año, y con bastante frecuencia a algunos hombres hacer el
propósito de dejar de fumar. Crucemos pues con responsabilidad este 2006
nuestro orgulloso puente Guadalupe Reyes. Bon
voyage.
Roberto Rojo Alvarez