sábado, 1 de octubre de 2011

BURRITOS DE REGRESO DE NUEVA YORK

            Era el año 2008, y mi más grande preocupación vigente en ese entonces era acudir a la Final Season del Yankees Stadium. El emblemático estadio sería derrumbado para albergar el estacionamiento de la nueva casa de los Yankees que se encuentra hoy simplemente al cruzar la calle. Por tal motivo, Estrellita procedió a comprar 16 boletos de gayola por el módico precio de USD$120.00 sin contemplar que nuestra nuca estaría a escaso medio metro de la techumbre más alta del estadio. Por supuesto, valió la pena.
            Acto seguido, llenamos tres camionetas Suburban y tomamos camino rumbo al norte. Dos de los vehículos llevaban personas mayores, mujeres y niños. El último, bajo mi comando, iba lleno de jóvenes del género masculino cuya testosterona se desbordaba por las ventanas. A causa de este pequeñísimo detalle, fuimos objeto de revisión en absolutamente todos los retenes y aduanas que cruzamos de ida y vuelta, mientras los otros dos automóviles nos esperaban delante burlándose y sin haber sido molestados. A la postre fuimos los de “la camioneta de los malandros”.
            El primer tramo fue desde Culiacán hasta Phoenix. Llegamos muy cansados a un lindo hotel cuya única importancia era que estaba ubicado cerca del aeropuerto del cual saldríamos rumbo a la ciudad de Nueva York al siguiente día muy de mañana. Nos distribuimos cómodamente en alrededor de entre 6 y 7 habitaciones y nos dispusimos a pasar una descansada y placentera noche para estar en buenas condiciones al día siguiente. Pero aproximadamente a las dos de la mañana se activó la alarma contra incendios del hotel en cuestión. Si hubiésemos estado en un hotel nacional, habríamos gritado “cácaro” y recostados esperaríamos a que alguien apagara la maldita alarma. Pero estábamos en los Estados Unidos y por tanto, ahí nos tienen a todos en pijamas parados en el estacionamiento del hotel esperando a que llegaran los bomberos en su inmenso camión únicamente para después de dos horas verificar que había sido una falla humana, es decir, que alguien activó sin querer queriendo la alarma contra incendios. Al día siguiente estábamos todos en el aeropuerto convertidos en piltrafas humanas. El mal ya estaba hecho.
            Finalmente llegamos a New York City, no sin antes sobrevolar alrededor de un lago durante dos horas debido a que el aeropuerto JFK al parecer estaba saturado. No obstante esos pequeños contratiempos, fueron unos días maravillosos en compañía de gente con una alegría y una franqueza que hacen de cualquier viaje, ya sea a la Gran Manzana o a Palmitas, una verdadera delicia. Luego de varios días, algunos museos, turibuses, diversas caminatas y un par de musicales de Broadway, nuestro cometido se llevó a cabo y pasamos una espléndida tarde en el antiguo estadio de los Yankees. Del resultado del partido no me acuerdo, pero de mi memoria jamás se borrará el haber escuchado a todo volumen al final del juego el gran éxito del difunto Frank Sinatra a la voz de “Start spreading the news…”. Un sueño más se había cumplido.
            De regreso estuvimos un par de días en Phoenix para hacer las compras finales. Las absurdas compras finales que puedan llegar a hacer que alguien compre un palo de golf sin haber jugado jamás un solo par. Una vez satisfechas las adquisiciones de nuestras necesidades básicas y uno que otro regalito, tomamos camino de regreso hasta llegar a dormir a Hermosillo. Al día siguiente nos levantamos muy temprano para llegar a desayunar a Cd. Obregón a un lugar que les prometí sería inolvidable. Créanme que no me quedo corto si les digo que gracias a ese desayuno nuestro viaje cerró con broche de oro.
            En la calle Allende No. 413 del Centro de Ciudad Obregón, Sonora, se encuentra un establecimiento donde venden los mejores tacos de cabeza del mundo. A ese delicioso lugar llegamos precisamente a quitarnos de la boca el sabor a hamburguesa y adentrarnos en lo mejor del arte culinario nacional con esos deliciosos tacos acompañados por un sinfín de salsas estilo casero y tortillas recién hechas. Los Tacos y Burritos Allende son muy famosos y no es para menos. No necesariamente tienen qué hacer el viaje hasta NYC para llegar de regreso a desayunar en esa taquería. Igual si van de pasadita también los atienden. Lo que sí les digo es que ir acompañado de la gran familia Aguilar, no tiene desperdicio.
            Es poco probable que vuelva a estar en la Final Season del nuevo Yankees Stadium. También se ve remota la posibilidad de otro viaje grupal tan entrañable y divertido. Lo que sí pueden tener por seguro es que a los Tacos y Burritos Allende habré de volver una y otra vez. Fue en agosto cuando emprendimos ese viaje, pero es a Julio a quien debo mi agradecimiento.

Roberto Rojo Alvarez