Acto
seguido, llenamos tres camionetas Suburban y tomamos camino rumbo al norte. Dos
de los vehículos llevaban personas mayores, mujeres y niños. El último, bajo mi
comando, iba lleno de jóvenes del género masculino cuya testosterona se
desbordaba por las ventanas. A causa de este pequeñísimo detalle, fuimos objeto
de revisión en absolutamente todos los retenes y aduanas que cruzamos de ida y
vuelta, mientras los otros dos automóviles nos esperaban delante burlándose y
sin haber sido molestados. A la postre fuimos los de “la camioneta de los
malandros”.
El primer
tramo fue desde Culiacán hasta Phoenix. Llegamos muy cansados a un lindo hotel
cuya única importancia era que estaba ubicado cerca del aeropuerto del cual
saldríamos rumbo a la ciudad de Nueva York al siguiente día muy de mañana. Nos
distribuimos cómodamente en alrededor de entre 6 y 7 habitaciones y nos
dispusimos a pasar una descansada y placentera noche para estar en buenas
condiciones al día siguiente. Pero aproximadamente a las dos de la mañana se
activó la alarma contra incendios del hotel en cuestión. Si hubiésemos estado
en un hotel nacional, habríamos gritado “cácaro” y recostados esperaríamos a
que alguien apagara la maldita alarma. Pero estábamos en los Estados Unidos y
por tanto, ahí nos tienen a todos en pijamas parados en el estacionamiento del
hotel esperando a que llegaran los bomberos en su inmenso camión únicamente
para después de dos horas verificar que había sido una falla humana, es decir,
que alguien activó sin querer queriendo la alarma contra incendios. Al día
siguiente estábamos todos en el aeropuerto convertidos en piltrafas humanas. El
mal ya estaba hecho.
Finalmente
llegamos a New York City, no sin antes sobrevolar alrededor de un lago durante
dos horas debido a que el aeropuerto JFK al parecer estaba saturado. No
obstante esos pequeños contratiempos, fueron unos días maravillosos en compañía
de gente con una alegría y una franqueza que hacen de cualquier viaje, ya sea a
la Gran Manzana o a Palmitas, una verdadera delicia. Luego de varios días,
algunos museos, turibuses, diversas caminatas y un par de musicales de
Broadway, nuestro cometido se llevó a cabo y pasamos una espléndida tarde en el
antiguo estadio de los Yankees. Del resultado del partido no me acuerdo, pero
de mi memoria jamás se borrará el haber escuchado a todo volumen al final del
juego el gran éxito del difunto Frank Sinatra a la voz de “Start spreading the
news…”. Un sueño más se había cumplido.
De regreso
estuvimos un par de días en Phoenix para hacer las compras finales. Las
absurdas compras finales que puedan llegar a hacer que alguien compre un palo
de golf sin haber jugado jamás un solo par. Una vez satisfechas las
adquisiciones de nuestras necesidades básicas y uno que otro regalito, tomamos
camino de regreso hasta llegar a dormir a Hermosillo. Al día siguiente nos
levantamos muy temprano para llegar a desayunar a Cd. Obregón a un lugar que
les prometí sería inolvidable. Créanme que no me quedo corto si les digo que
gracias a ese desayuno nuestro viaje cerró con broche de oro.
En la calle
Allende No. 413 del Centro de Ciudad Obregón, Sonora, se encuentra un
establecimiento donde venden los mejores tacos de cabeza del mundo. A ese
delicioso lugar llegamos precisamente a quitarnos de la boca el sabor a
hamburguesa y adentrarnos en lo mejor del arte culinario nacional con esos
deliciosos tacos acompañados por un sinfín de salsas estilo casero y tortillas
recién hechas. Los Tacos y Burritos
Allende son muy famosos y no es para menos. No necesariamente tienen qué hacer el viaje
hasta NYC para llegar de regreso a desayunar en esa taquería. Igual si van de
pasadita también los atienden. Lo que sí les digo es que ir acompañado de la
gran familia Aguilar, no tiene desperdicio.
Es poco
probable que vuelva a estar en la Final
Season del nuevo Yankees Stadium.
También se ve remota la posibilidad de otro viaje grupal tan entrañable y
divertido. Lo que sí pueden tener por seguro es que a los Tacos y Burritos Allende habré de volver una y otra vez. Fue en
agosto cuando emprendimos ese viaje, pero es a Julio a quien debo mi
agradecimiento.
Roberto Rojo Alvarez