Desde la
infancia recuerdo a mi familia haciendo críticas en contra de la república
imperial. Tenían la idea de que su juventud era drogadicta y carente de
valores, su sociedad enteramente materialista y sus creencias religiosas
minadas en su totalidad. Confieso que en el transcurso de los años mis dudas
sobre estas críticas disminuyeron únicamente de manera parcial y que sigo
pensando que en cierta medida la razón los asiste. Para mi fortuna tuve el
gusto de convivir con los Culebro. Ellos formaron una familia unida, sentada en
las más sólidas bases religiosas, con valores y raíces muy arraigadas, con unos
maravillosos hijos ya profesionistas, y todo esto lo lograron en los Estados
Unidos.
Al estado
de Texas nos lo han pintado siempre como si se lo hubieran traído íntegro desde
el desierto del Sahara y se lo hubieran robado a México después de una cruenta
guerra, y hoy me entero de que el territorio de Tejas en su momento fue
reclamado por al menos seis países. De ahí deriva el término “seis banderas de
Texas”. Yo además pensaba que los Estados Unidos para hacerlo propio solamente
le habían agregado algunas torres de esas que sacan harto petróleo, esporádicas
cactáceas adornando el panorama, y le pusieron a unos rancheros güeros muy
gritones. Y resulta que en su enormidad existe desierto, pero también hay
bastos bosques y lindas playas. La ciudad de Houston se encuentra justo entre
estos dos hermosos escenarios, y confieso que me pareció un sitio perfecto para
vivir. Es una ciudad que ofrece muchas oportunidades a la gente de bien que trabaja
con energía por su familia y su comunidad.
Sin
embargo, mi mayor sorpresa vino cuando me hablaron del Barbecue. La traducción
que más se aproxima a esta palabra es “parrillada”, aunque en México es más
común que la asociemos con la tradicional barbacoa. Para mí solo existían dos
tipos de barbacoa: la que se sirve en las bodas populares sinaloenses
acompañada de frijoles puercos y sopa fría (la combinación de la sopa fría en
ese platillo es algo que jamás comprenderé, pero esa es otra historia), y la delicia
que se prepara en el estado de Hidalgo, sobre todo en casa de mi amigo
Fernandote en la maravillosa comunidad de Mangas, pueblo cuyas llaves merezco y
todavía no me han dado.
Todo cambió cuando en compañía de
la familia Culebro fuimos al restaurante Carl’s BBQ de Cypress, Texas, cuyo
lema es “The Best Bar-B-Que In The Business!”. En este sitio se preparan asados
de todo tipo de carnes y se come reviviendo nuestros más básicos instintos
depredadores, es decir, a mano limpia. El barbecue en Houston es una tradición,
y si se tiene la oportunidad de pasar por estas tierras no deben de perdérselo.
Yo de manera particular les recomiendo mucho este sitio que además de un
decorado totalmente ad hoc, muy buen servicio y precios accesibles, tiene unos
panecillos de elote fabulosos y un ambiente al más puro estilo tejano.
De Texas conocía el sombrero
Stetson Paradise 20X de mi padre, un par de aeropuertos, el puñado de cuentos
hollywoodenses, una histórica frase alusiva a un problema en el espacio
sideral, y la inverosímil crónica de un magnicidio ejecutado por un asesino
solitario. Los Culebro me sacaron de mi engaño y me dieron la oportunidad
conocer la hermosa ciudad de Houston, sus alrededores, y además de deleitarme
con su inigualable Barbecue.
Muchos tendrán la suerte de ir a
Houston, pero pocos tenemos la fortuna de ser atendidos por la familia Culebro.
Para curar ese pesar, vayan a Carl’s BBQ.
Roberto
Rojo Alvarez