Ultrasonido de Nuestros Valores
Así va perdiendo uno su honra.
Cuando se llega a la edad de los treintas (por ahí cuentan), los malestares
físicos son poco fáciles de ignorar: La gripe ya no se quita sola, la infección
no se cura solamente con alcohol, la tos no cede ante la miel… En esos momentos
útiles son los amigos de antaño que tuvieron la valentía de estudiar la carrera
de Medicina. Nos dan trato preferencial, hacemos poca antesala, algunas
ocasiones no nos cobran la consulta, y si corre uno con suerte, hasta le
regalan muestras de medicamentos.
Las cosas se complican cuando el
médico al que visitamos tiene el noble oficio de revisar nuestras partes
nobles. Es difícil volver a ver a la cara a un amigo después de hacer una
exhausta revisión de todas aquellas zonas que tuvo a bien en proporcionarnos el
creador precisamente para cooperar para la conservación de la especie, es
decir, en nuestra necesidad de procrear. Diagnóstico: Indefinido. Orden:
Ultrasonido Testicular y de Vejiga.
Dentro de los males, comienzo a
imaginar que en dicho examen a realizarme es probable que me atienda una linda
enfermera, con su breve ropa bien almidonada, una falda muy corta y un escote
que le haga juego, y una voz tremendamente acariciable. Me pongo guapo, me
perfumo, y practico frente al espejo mi mejor pose. Pero “la vida te da
sorpresas, sorpresas te da la vida”. Vuelve uno a recordar que nuestra
biografía dista mucho de ser una novela o un fragmento de película
clasificación “C” cuando nos abre la puerta del laboratorio un doctor bigotón,
viejito y renegado.
Lo que sigue es una corta plática
que tarde o temprano termina en las siguientes dos órdenes: ¡Desvístase! y
¡Acuéstese!... Tal como una mujer en estado de bienaventuranza, me pusieron un
gel (efectivamente, es helado), y me comenzaron a menear un aparato de plástico
con cabeza de metal al tiempo que me hacían voltear a ver una pantalla de una
computadora de la época de “Cuéntame de Ayer” para cuya lectura los médicos
están programados y ven todo con una claridad que a veces uno cree que están
bromeando: “Aquí está la próstata, aquí la vejiga, aquí la glándula fulanita…”
Lo único que faltó fue que me preguntara si deseaba yo conocer el sexo del
bebé, pero eso, Deo volente, sucederá
en otra ocasión.
Por lo pronto sólo me resta
recomendarles que lleven una vida sana, se hagan chequeos constantemente, y no
se junten con amigos que dentro de la medicina opten por la rama de la
urología. Me despido con la frase que la sacrosanta madre del matador Eloy
Cavazos le decía cada vez que su hijo saltaba al ruedo: “¡Cuídate, Eloyito!”
Roberto Rojo Alvarez