jueves, 26 de junio de 2008

ULTRASONIDO DE NUESTROS VALORES


Ultrasonido de Nuestros Valores


            Así va perdiendo uno su honra. Cuando se llega a la edad de los treintas (por ahí cuentan), los malestares físicos son poco fáciles de ignorar: La gripe ya no se quita sola, la infección no se cura solamente con alcohol, la tos no cede ante la miel… En esos momentos útiles son los amigos de antaño que tuvieron la valentía de estudiar la carrera de Medicina. Nos dan trato preferencial, hacemos poca antesala, algunas ocasiones no nos cobran la consulta, y si corre uno con suerte, hasta le regalan muestras de medicamentos.
            Las cosas se complican cuando el médico al que visitamos tiene el noble oficio de revisar nuestras partes nobles. Es difícil volver a ver a la cara a un amigo después de hacer una exhausta revisión de todas aquellas zonas que tuvo a bien en proporcionarnos el creador precisamente para cooperar para la conservación de la especie, es decir, en nuestra necesidad de procrear. Diagnóstico: Indefinido. Orden: Ultrasonido Testicular y de Vejiga.
            Dentro de los males, comienzo a imaginar que en dicho examen a realizarme es probable que me atienda una linda enfermera, con su breve ropa bien almidonada, una falda muy corta y un escote que le haga juego, y una voz tremendamente acariciable. Me pongo guapo, me perfumo, y practico frente al espejo mi mejor pose. Pero “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Vuelve uno a recordar que nuestra biografía dista mucho de ser una novela o un fragmento de película clasificación “C” cuando nos abre la puerta del laboratorio un doctor bigotón, viejito y renegado.
            Lo que sigue es una corta plática que tarde o temprano termina en las siguientes dos órdenes: ¡Desvístase! y ¡Acuéstese!... Tal como una mujer en estado de bienaventuranza, me pusieron un gel (efectivamente, es helado), y me comenzaron a menear un aparato de plástico con cabeza de metal al tiempo que me hacían voltear a ver una pantalla de una computadora de la época de “Cuéntame de Ayer” para cuya lectura los médicos están programados y ven todo con una claridad que a veces uno cree que están bromeando: “Aquí está la próstata, aquí la vejiga, aquí la glándula fulanita…” Lo único que faltó fue que me preguntara si deseaba yo conocer el sexo del bebé, pero eso, Deo volente, sucederá en otra ocasión.
            Por lo pronto sólo me resta recomendarles que lleven una vida sana, se hagan chequeos constantemente, y no se junten con amigos que dentro de la medicina opten por la rama de la urología. Me despido con la frase que la sacrosanta madre del matador Eloy Cavazos le decía cada vez que su hijo saltaba al ruedo: “¡Cuídate, Eloyito!”

Roberto Rojo Alvarez