viernes, 1 de junio de 2012

CARNITAS Y BOTANAS "EL SAUCE"

            “Desde Navolato vengo”, canta la primera frase del que históricamente ha sido el segundo himno de mis congéneres y posiblemente una de las canciones más populares de México: El Sinaloense. Que como dato curioso les cuento que esta canción, cuando en el año de 1998 tuve la fortuna de trabajar con el mariachi “Aguilas de Plata” en la Ciudad de México, fue la única pieza que pidieron en la totalidad de los eventos para los cuales fuimos contratados.
            Por esta razón de origen geográfico y folclórico, Navolato ha sido una población con la que he estado en contacto desde mi primera infancia, y lo mismo supongo que le sucede a la mayoría de los culiacanenses de mi generación que cuando de niños acudíamos a la bahía de Altata, a falta del actual libramiento teníamos qué cruzar la ciudad entera por la calle Almada, desde el Ingenio hasta la salida al Limoncito.
            Pasó el tiempo, y mis sutiles vínculos con Navolato continuaron en la preparatoria donde coincidí con varios compañeros que venían a estudiar a la ciudad de Culiacán. Pero mi vida tomó otros rumbos cuando después de haber estado durante años dando tumbos con mi eterno historial de mal estudiante, decidí trasladarme al Distrito Federal a “estudiar” al Conservatorio Nacional de Música del Instituto Nacional de Bellas Artes.
            Todavía recuerdo esa nublada mañana de verano del 96 cuando con mi mochila cargada de ilusiones y pentagramas me encaminé al histórico recinto creación del arquitecto Mario Pani, a hacer fila para obtener una ficha de inscripción en un año en el que por razones más políticas que artísticas, de novecientos solicitantes únicamente ingresamos trece. Cuando llegué a aquel gran edificio donde habría de estudiar por los siguientes siete años de mi vida rodeado de grandes artistas y profesores que bajo su tutela estuvieron figuras como el maestro Plácido Domingo, a la primera persona que conocí justo en el umbral de la reja blanca de la entrada ubicada en la calle Presidente Masaryk, fue ni más ni menos que a José Manuel Chu de Navolato, Sinaloa.
            Unos meses después de haber llegado a la Ciudad de México y haber vivido en casa de unos queridos tíos, tuve la oportunidad de solicitar mi ingreso a una residencia con capacidad para noventa estudiantes donde habría de habitar por los siguientes cinco años y tres meses de mi vida. Esta fue la Residencia Universitaria Panamericana, cuya administración y tutela estuvo a cargo del Opus Dei durante poco más de cincuenta años, en cuyas habitaciones vivieron en su época estudiantil figuras de la política como el señor César Nava y el hoy candidato presidencial Enrique Peña Nieto. Tristemente la Residencia este año cierra sus puertas para migrar a un edificio con menos de la mitad de su capacidad.
            En aquel momento iba con toda la emoción que le da a un joven tener la oportunidad de convivir con estudiantes de todo el país, además de extranjeros de cuando menos tres continentes. Para mi sorpresa había un dato curioso en la Residencia, y es que su mayoría de habitantes per capita la conformaba un par de estudiantes con quienes hasta el día de hoy mantengo comunicación: el exitoso basquetbolista del Club Caballeros, Froylán verdugo, y el Director General de las preparatorias Cedros en la Ciudad de México, Vicente Amador. Ambos, por supuesto, del mismísimo Navolato, Sinaloa.
            Tiempo después la vida me dio la oportunidad de irme a trabajar por un tiempo al viejo continente el año 2003, específicamente en la bella ciudad de Florencia. Ahí conocí a mucha gente, sobre todo estudiantes de arquitectura de toda Italia y el mundo que por tradición se trasladan a beber su cultura y su inigualable belleza arquitectónica, además de la enorme comunidad de mexicanos que no los evitas mientras estés en cualquier punto del orbe. Como tenía cada semana algunos días libres y solvencia económica suficiente para echar modestos viajecitos de vez en vez, en una ocasión decidí apartarme de lo mundano y cotidiano que me resultaba Florencia para ese momento, y decidí viajar a París. Me sentía como en otro planeta caminando con mi chamarra larga (de cinco euros) por los hermosos Campos Elíseos y sentía que mis pies no tocaban el suelo. Pero por algo recita el verso popular “el mundo es un pañuelo”. No había terminado de caminar por la acera norte de aquella famosa avenida ni mis pies terminaban de llegar al suelo, y estando a escasos trescientos metros del Arco del Triunfo, de pronto vi de frente en los mismísimos Champs Elysees en vivo y a todo color ni más ni menos que al Humberto Plata, por supuesto, de Navolato, Sinaloa.
            La vida me trajo de vuelta a mi natal Culiacán, y del año 2006 al 2010 tuve las riendas de un grupo de jóvenes talentosos en un proyecto radiofónico que ya es historia, pero dejó grandes amigos y proyectos. Ahí conocí a la mejor voz, la mejor amiga, la mejor madre y la mejor esposa: la mía. Ella es Amparo García y es, por supuesto, de Navolato, Sinaloa.
            Fue gracias a ella y a la que hoy es mi adorada familia política que tuve la fortuna de conocer un lugar donde se comen las mejores carnitas del noroeste del estado. Las “Carnitas y Botanas El Sauce”, propiedad del Sr. Everardo Godoy, es un sitio donde vale la pena hacer escala si se va de paso a las playas de Isla Cortés o a la bahía de Altata. El establecimiento se encuentra ubicado en la carretera Navolato – Altata, justo a la salida de la cabecera municipal, y es atendido amablemente por sus hijos y demás trabajadores locales. Estas carnitas en caldo al puro estilo navolatense son de la mejor calidad, y acompañadas de sus tortillas recién hechas y su bebida bien fría, valen la pena el viaje a Navolato.
            Tómenlo muy en cuenta si una mañana se encuentran sufriendo por los estragos de la resaca del champagne y van rumbo a las costas de nuestro hermoso estado. Hagan una escala en Carnitas y Botanas “El Sauce” y curen todos sus males y los males del corazón, que siempre con pan son menos.
            A mí el destino irremediablemente me trajo (una y otra vez) hasta estas tierras, y no me queda más que disfrutar y cantar “Desde Navolato vengo…” y por el resto de mi vida, a Navolato iré.

Roberto Rojo Alvarez
@rojoroberto