Por esta razón de origen geográfico y folclórico,
Navolato ha sido una población con la que he estado en contacto desde mi
primera infancia, y lo mismo supongo que le sucede a la mayoría de los
culiacanenses de mi generación que cuando de niños acudíamos a la bahía de
Altata, a falta del actual libramiento teníamos qué cruzar la ciudad entera por
la calle Almada, desde el Ingenio hasta la salida al Limoncito.
Pasó el tiempo, y mis sutiles vínculos con Navolato
continuaron en la preparatoria donde coincidí con varios compañeros que venían
a estudiar a la ciudad de Culiacán. Pero mi vida tomó otros rumbos cuando
después de haber estado durante años dando tumbos con mi eterno historial de
mal estudiante, decidí trasladarme al Distrito Federal a “estudiar” al Conservatorio
Nacional de Música del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Todavía recuerdo esa nublada mañana de verano del 96
cuando con mi mochila cargada de ilusiones y pentagramas me encaminé al
histórico recinto creación del arquitecto Mario Pani, a hacer fila para obtener
una ficha de inscripción en un año en el que por razones más políticas que
artísticas, de novecientos solicitantes únicamente ingresamos trece. Cuando
llegué a aquel gran edificio donde habría de estudiar por los siguientes siete
años de mi vida rodeado de grandes artistas y profesores que bajo su tutela
estuvieron figuras como el maestro Plácido Domingo, a la primera persona que
conocí justo en el umbral de la reja blanca de la entrada ubicada en la calle
Presidente Masaryk, fue ni más ni menos que a José Manuel Chu de Navolato,
Sinaloa.
Unos meses después de haber llegado a la Ciudad de México
y haber vivido en casa de unos queridos tíos, tuve la oportunidad de solicitar
mi ingreso a una residencia con capacidad para noventa estudiantes donde habría
de habitar por los siguientes cinco años y tres meses de mi vida. Esta fue la
Residencia Universitaria Panamericana, cuya administración y tutela estuvo a
cargo del Opus Dei durante poco más de cincuenta años, en cuyas habitaciones
vivieron en su época estudiantil figuras de la política como el señor César
Nava y el hoy candidato presidencial Enrique Peña Nieto. Tristemente la
Residencia este año cierra sus puertas para migrar a un edificio con menos de
la mitad de su capacidad.
En aquel momento iba con toda la emoción que le da a un
joven tener la oportunidad de convivir con estudiantes de todo el país, además
de extranjeros de cuando menos tres continentes. Para mi sorpresa había un dato
curioso en la Residencia, y es que su mayoría de habitantes per capita la conformaba
un par de estudiantes con quienes hasta el día de hoy mantengo comunicación: el
exitoso basquetbolista del Club Caballeros, Froylán verdugo, y el Director
General de las preparatorias Cedros en la Ciudad de México, Vicente Amador.
Ambos, por supuesto, del mismísimo Navolato, Sinaloa.
Tiempo después la vida me dio la oportunidad de irme a
trabajar por un tiempo al viejo continente el año 2003, específicamente en la
bella ciudad de Florencia. Ahí conocí a mucha gente, sobre todo estudiantes de
arquitectura de toda Italia y el mundo que por tradición se trasladan a beber
su cultura y su inigualable belleza arquitectónica, además de la enorme
comunidad de mexicanos que no los evitas mientras estés en cualquier punto del
orbe. Como tenía cada semana algunos días libres y solvencia económica
suficiente para echar modestos viajecitos de vez en vez, en una ocasión decidí
apartarme de lo mundano y cotidiano que me resultaba Florencia para ese
momento, y decidí viajar a París. Me sentía como en otro planeta caminando con
mi chamarra larga (de cinco euros) por los hermosos Campos Elíseos y sentía que
mis pies no tocaban el suelo. Pero por algo recita el verso popular “el mundo
es un pañuelo”. No había terminado de caminar por la acera norte de aquella
famosa avenida ni mis pies terminaban de llegar al suelo, y estando a escasos
trescientos metros del Arco del Triunfo, de pronto vi de frente en los
mismísimos Champs Elysees en vivo y a
todo color ni más ni menos que al Humberto Plata, por supuesto, de Navolato,
Sinaloa.
La vida me trajo de vuelta a mi natal Culiacán, y del año
2006 al 2010 tuve las riendas de un grupo de jóvenes talentosos en un proyecto
radiofónico que ya es historia, pero dejó grandes amigos y proyectos. Ahí
conocí a la mejor voz, la mejor amiga, la mejor madre y la mejor esposa: la
mía. Ella es Amparo García y es, por supuesto, de Navolato, Sinaloa.
Fue gracias a ella y a la que hoy es mi adorada familia
política que tuve la fortuna de conocer un lugar donde se comen las mejores
carnitas del noroeste del estado. Las “Carnitas y Botanas El Sauce”, propiedad
del Sr. Everardo Godoy, es un sitio donde vale la pena hacer escala si se va de
paso a las playas de Isla Cortés o a la bahía de Altata. El establecimiento se
encuentra ubicado en la carretera Navolato – Altata, justo a la salida de la
cabecera municipal, y es atendido amablemente por sus hijos y demás
trabajadores locales. Estas carnitas en caldo al puro estilo navolatense son de
la mejor calidad, y acompañadas de sus tortillas recién hechas y su bebida bien
fría, valen la pena el viaje a Navolato.
Tómenlo muy en cuenta si una mañana se encuentran
sufriendo por los estragos de la resaca del champagne
y van rumbo a las costas de nuestro hermoso estado. Hagan una escala en
Carnitas y Botanas “El Sauce” y curen todos sus males y los males del corazón,
que siempre con pan son menos.
A mí el destino irremediablemente me trajo (una y otra
vez) hasta estas tierras, y no me queda más que disfrutar y cantar “Desde
Navolato vengo…” y por el resto de mi vida, a Navolato iré.
Roberto Rojo Alvarez
@rojoroberto