NO TE ESCONDAS, VIDA MÍA
“Hay quien ha venido al mundo para enamorarse de una sola mujer y,
consecuentemente, no es probable que tropiece con ella”, José Ortega y
Gasset
Ante una
soltería empedernida y prolongada, nada fácil me resulta escribir un artículo
acerca del mes de San Valentín. Sobre todo cuando tengo ya algunos meses fungiendo
como el “Grinch del Amor” frente a la desbandada de amigos y compañeros que se
están casando cual si fuera esto un simple paseo por el parque, un fin de
semana sí y el otro también. Largas horas he invertido en discursos persuasivos
sobre un tema que en verdad desconozco absolutamente, tal como lo es el
matrimonio. Pero el sentido común más el testimonio de todos los hombres
casados en el mundo con quienes por alguna razón he tocado ese tema, sin
excepción me recomiendan ampliamente que, si me pudo esperar un poco más, tanto
mejor.
Decir o pensar
que el matrimonio es el único camino socialmente respetable hacia la vida
adulta, es propio de generaciones retrógradas que lo único que quieren es sacar
su frustración debido a su actual status quo de casados. Es un acto típico de
gente que, como dice mi amigo el Zavaleta, no está buscando quién la hizo sino
quién la paga. Y no me estoy refiriendo precisamente a otro tipo de sociedades
de convivencia en las que participan personas homosexuales, también muy válidas
(como diría Jerry Seinfeld: Not there is anything wrong with that), sino que
creo que las sociedades actuales estamos llegando a un momento en el que es
perfectamente válido optar por la unión libre. Tan vilipendiada en épocas
pasadas, y tan bonito que ha de saber.
No me cabe
duda que el matrimonio es una perfecta forma y proyecto de vida, en el que a
título personal considero se debe de atender de manera primordial la lealtad y
el constante cultivo del amor hacia la pareja, para poder sacar adelante los
hijos que consideren viable educar y preparar para la vida, en la manera de lo
material y espiritualmente posible. Sin embargo existen muchas parejas que se
casan y no tienen ni la menor idea del berenjenal en el que se están metiendo.
A estos muchachos es a los que quisiera persuadir no de que se lo piensen dos
veces, sino tres… tres mil veces.
Ahora que si
de plano resulta que se enamoraron de una de esas mujeres que son como “Cindy
La Regia” (magnífico descubrimiento) en cuya cajuela traen permanentemente
listo el vestido de novia, y como sucede en la totalidad de los casos la mujer
termina saliéndose con la suya, les recomiendo encarecidamente que se dejen
llevar por la intuición, las corazonadas y el inescrutable sentido común… No el
suyo, sino el de su mujer, por supuesto.
Me viene a la
memoria mi temprana infancia en la hermosa ciudad de Durango, cuando le
prometía a mi abuela que me casaría muy pronto para darle bisnietos. A ella le
hacía mucha gracia que un niño de escasos 7 años estuviera pensando en esas
cosas. Afortunadamente mi hermana la mayor logró esa gran hazaña, y yo a mis 33
años sigo sin darle seguimiento a esa promesa que algún día habré de cumplir,
aunque mi amada abuela goce de sus futuros bisnietos desde su descanso eterno.
Yo desde este extraño paraíso que es la vida en la tierra le mando a ella un
mensaje: Abuela, si tan solo una hija mía tiene la fortuna de ser tan amorosa y
fuerte como tú, habrá valido la pena la espera.
Así pues
señores termino este artículo escribiendo una verdad tan difícil de aceptar,
pero que para estos momentos tal vez ya todos ustedes la sepan, y es que absolutamente
todas mis palabras son más bien obra de la envidia que me produce ver a esas
parejas enamoradas que tienen la fortuna de haberse encontrado y el valor de
darse en cuerpo y alma a un proyecto de toda una vida juntos. Lo digo de
corazón, siendo yo un hombre que desde los 7 años se muere por encontrar al
amor de su vida. ¿Estará escondida por ahí?
Roberto Rojo
Alvarez