domingo, 1 de abril de 2012

LA BÓVEDA DE LA ISLA

            Trascurría el año 2008, cuando todavía no llegaba la crisis global y mi soltería me brindaba la posibilidad de tener una pequeña cuenta de ahorros, misma que se vaciaba cada vez que había algún buen concierto en alguna ciudad a no más de dos mil quinientos veinticinco kilómetros de distancia de mi natal Culiacán.
            El primer semestre de ese año mi agenda rocanrolera estaba completamente vacía, y mi tarjeta de millas de conocida aerolínea destruyerrascacielos rebosaba en puntos. Aunado a esto, mi primo Luis Manuel se encontraba viviendo en una pequeña y linda ciudad de nombre Dammarie-lès-Lys ubicada en las afueras de París.
            Una vez conjugados todos estos elementos y venciendo mis ímpetus hogareños, tomé la decisión de pasar una relajada Semana de Pascua consintiendo a mi primo Luisín en París. Fue con él que visité Le Caveau de l’Isle, uno de los mejores restaurantes en los que he comido alrededor del orbe.
            Él era maestro de español en una preparatoria de aquella linda comuna a orillas del río Sena, y compartía su departamento con una jovencita alemana de nombre Anja que a su vez daba clases de alemán a los post-pubertos de la misma institución. Su relación de roomies era como la de un viejo matrimonio: ligeros pleitos eventuales y sin goce de mieles.
            Aquella fue una semana muy divertida. Recordé viejos sitios (tomando en cuenta que casi todos los sitios de París son viejos), y deambulé sólo todas las mañanas debido a que mi primo solamente estaba disponible por las tardes. Entre los planes de la semana visitaría dos museos que no conocía, una ópera en el Teatro de Ópera Garnier, y tenía en mente una cena de lujo en algún sitio caro. Mi primera intención era reservar en el restaurante Jules Verne ubicado en la parte más alta de la torre Eiffel, que aunque no es distinguido por su arte culinario, tiene un caché y una vista envidiable. El primer día de espacio disponible para reservar era después de mi fecha de partida, de tal modo que acudí a los especialistas en la materia para que me recomendaran entonces no el más bello sino el mejor restaurante de París. Entre la lista que me dieron apareció un sitio ubicado en la isla de Saint-Louis en donde jamás había puesto un pie, razón por la cual decidí reservar en ese lugar.
            Le Caveau de l’Isle es un restaurante de alta cocina tradicional francesa situado al sur de la isla de San Luis, en el corazón de París. Y como sucede con los mejores sitios europeos que son pequeños, elegantes y sobrios, este no es la excepción. De entrada pedí un foie gras en salsa picante de higo, con unos enormes granos de sal de mar encima, que nomás de recordarlo se me pone la piel de gallina de la emoción. Como plato fuerte pedí un filete de pato en salsa de miel que además de estar delicioso, como guarnición tenía el mejor ratatouille que he probado jamás. De postre me sirvieron un crème brulée al limón cuyo sonido al insertar la primera cucharada en su gruesa capa es música para mis oídos. Y de tomar nos sirvieron un vino beaujolais de la casa de muy buena calidad.
            El restaurante en sí es caro pero no intocable. No como la cerveza Carlsberg que en ese mismo viaje pedí en el bar La Vue del hotel Concodre La Fayette cuyo precio de 19 Euros terminaron con mis ganas de seguir bebiendo, no sé por qué. Tal vez por hacer caso omiso a mi filosofía viajera de “el que convierte no se divierte”.
            Es evidente que recomiendo ampliamente el restaurante Le Caveau de l’Isle cuando tengan oportunidad de estar por la ciudad de París. Aquella ocasión tuve el agrado de ir con mi queridísimo primer primo varón de familia materna, cuya compañía siempre es grata, enriquecedora y divertida. Dios mediante espero estar ahí de vuelta muy pronto pero ahora con el amor de mi vida, mi amada esposa.

Roberto Rojo Alvarez