domingo, 1 de febrero de 2009

NO TE ESCONDAS VIDA MÍA


NO TE ESCONDAS, VIDA MÍA

Hay quien ha venido al mundo para enamorarse de una sola mujer y, consecuentemente, no es probable que tropiece con ella”, José Ortega y Gasset

Ante una soltería empedernida y prolongada, nada fácil me resulta escribir un artículo acerca del mes de San Valentín. Sobre todo cuando tengo ya algunos meses fungiendo como el “Grinch del Amor” frente a la desbandada de amigos y compañeros que se están casando cual si fuera esto un simple paseo por el parque, un fin de semana sí y el otro también. Largas horas he invertido en discursos persuasivos sobre un tema que en verdad desconozco absolutamente, tal como lo es el matrimonio. Pero el sentido común más el testimonio de todos los hombres casados en el mundo con quienes por alguna razón he tocado ese tema, sin excepción me recomiendan ampliamente que, si me pudo esperar un poco más, tanto mejor.
Decir o pensar que el matrimonio es el único camino socialmente respetable hacia la vida adulta, es propio de generaciones retrógradas que lo único que quieren es sacar su frustración debido a su actual status quo de casados. Es un acto típico de gente que, como dice mi amigo el Zavaleta, no está buscando quién la hizo sino quién la paga. Y no me estoy refiriendo precisamente a otro tipo de sociedades de convivencia en las que participan personas homosexuales, también muy válidas (como diría Jerry Seinfeld: Not there is anything wrong with that), sino que creo que las sociedades actuales estamos llegando a un momento en el que es perfectamente válido optar por la unión libre. Tan vilipendiada en épocas pasadas, y tan bonito que ha de saber.
No me cabe duda que el matrimonio es una perfecta forma y proyecto de vida, en el que a título personal considero se debe de atender de manera primordial la lealtad y el constante cultivo del amor hacia la pareja, para poder sacar adelante los hijos que consideren viable educar y preparar para la vida, en la manera de lo material y espiritualmente posible. Sin embargo existen muchas parejas que se casan y no tienen ni la menor idea del berenjenal en el que se están metiendo. A estos muchachos es a los que quisiera persuadir no de que se lo piensen dos veces, sino tres… tres mil veces.
Ahora que si de plano resulta que se enamoraron de una de esas mujeres que son como “Cindy La Regia” (magnífico descubrimiento) en cuya cajuela traen permanentemente listo el vestido de novia, y como sucede en la totalidad de los casos la mujer termina saliéndose con la suya, les recomiendo encarecidamente que se dejen llevar por la intuición, las corazonadas y el inescrutable sentido común… No el suyo, sino el de su mujer, por supuesto.
Me viene a la memoria mi temprana infancia en la hermosa ciudad de Durango, cuando le prometía a mi abuela que me casaría muy pronto para darle bisnietos. A ella le hacía mucha gracia que un niño de escasos 7 años estuviera pensando en esas cosas. Afortunadamente mi hermana la mayor logró esa gran hazaña, y yo a mis 33 años sigo sin darle seguimiento a esa promesa que algún día habré de cumplir, aunque mi amada abuela goce de sus futuros bisnietos desde su descanso eterno. Yo desde este extraño paraíso que es la vida en la tierra le mando a ella un mensaje: Abuela, si tan solo una hija mía tiene la fortuna de ser tan amorosa y fuerte como tú, habrá valido la pena la espera.
Así pues señores termino este artículo escribiendo una verdad tan difícil de aceptar, pero que para estos momentos tal vez ya todos ustedes la sepan, y es que absolutamente todas mis palabras son más bien obra de la envidia que me produce ver a esas parejas enamoradas que tienen la fortuna de haberse encontrado y el valor de darse en cuerpo y alma a un proyecto de toda una vida juntos. Lo digo de corazón, siendo yo un hombre que desde los 7 años se muere por encontrar al amor de su vida. ¿Estará escondida por ahí?

Roberto Rojo Alvarez