Ni eran
Reyes, ni eran Magos, ni eran Tres
“A mi amigo
Vicente, Rey y Mago”
Vicente
Amador
Esto me pasa por bocón. “Sí, Martha
Isabel. No te preocupes, escribo sobre lo que tú quieras”. Cuando la humildad
se me esfuma (espúmate, tío Carlos), que es bastante seguido, caigo en este
tipo de aprietos poco agradables aunque muy ilustrativos. Ahora pues, aquí me
tienen escribiendo sobre Los Reyes Magos.
Pues resulta que esta tradición meramente católica se
deriva de un fragmento del Evangelio de Mateo, en el cual cuenta que unos magos
de oriente fueron a visitar al rey de los judíos que había nacido. Es todo.
Simple y llano como lo es cualquier fragmento de un Evangelio. Y bastó con esto
para que se inventaran infinidad de cosas, aunque algunas son en base a deducciones
y simbolismos de una época que se remonta a muchos siglos atrás.
Primero que nada quiero justificar el título de mi
artículo. No pretendo con esto desmentir la historia que todos conocemos, ni
desarraigar creencias, sino más bien dar un poco de información sobre cómo fue
que se vino armando el mito en torno a la famosa terna.
Como lo mencionaba antes, el evangelista Mateo
escribió sobre este acontecimiento, pero no olvidemos algunos detalles, como
que obviamente Mateo no fue testigo ocular de este suceso. Tampoco pasemos por
alto que siempre que se va traduciendo un escrito, se va perdiendo poco a poco
la esencia del contenido, de ahí el dicho italiano “Traduttore, Tradittore
(Traductor, Traidor)”.
A este respecto quiero puntualizar que la traducción
de Mago es igual a Sabio, en perfecto griego, idioma en el
cual fue escrito ese Evangelio. Tomando en cuenta que estas personas fueron
guiadas hasta Judea por algún fenómeno astrológico, es probable que fueran
estudiosos de estos fenómenos de aquella época. En Persia, lugar también al
oriente de Judea, los sacerdotes de Zoroastro llevan el nombre de Magu, quienes se dedicaban a estudiar la
bóveda celeste intentando relacionar el curso de los astros con la historia del
hombre. De aquí puede venir el errático término de Magos.
Cuando comenzaron las prácticas cristianas de los
primeros siglos de nuestra era, la palabra Mago tomó un tinte peyorativo,
debido a que era frecuentemente asociada a brujería, chamanes y hechiceros. Tan
sencillo, cambiaron el término de Magos por Reyes.
Después de cepillarse este término, cambiaron de ser los Magos de Oriente a los
Reyes de Oriente, y así, tal como se van deformando los ordinarios apodos,
pasaron finalmente a ser Los Reyes Magos.
El número fue muy discutido, cuando de alguna extraña
manera consideraban este asunto digno de discusión. El caso es que quedó en
tres, se tomó el número tres por dos diferentes razones. La primera es que la
cantidad de regalos que ofrecieron fueron tres: Oro, Incienso, y Mirra (¿alguien
sabe qué demonios es la mirra?). Y pues se figuraba bonito cada señor con su
regalito. Aunque en Siria se decía que eran doce, y la tradición copta habla de
sesenta. Pero pues como que no les daban los números, o estaban muy choteados
los presentes para el Mesías, entonces tres fue mejor. Ha de ser barata la
mirra esa, porque no creo que los sesenta hayan llegado con sus pepitas de oro.
En el siglo IV, un escritor cristiano de nombre
Orígenes (no lo hagan en casita), fijó la cantidad en tres, y en el siglo V el Papa
San León ratifica la cantidad y habla de ellos como si hubieran existido, es
más, como si los hubiera conocido. Y alégale al ampayita. Para el siglo IX los
italianos hasta nombres les pusieron: Melichior, Gathaspa y Bithisarea.
Después, Veda el Venerable (en su casa lo conocen), bajo el influjo de alguna
sustancia relajante, se los empezó a imaginar. Uno anciano con barba canosa y
larga, otro jovencito y mamey, y el otro de tez morena. Ya ahorita al pobre
Baltasar nos lo oscurecieron mucho, aunque esto se desmiente debido a que se
cree que eran originarios de Babilonia o Persia, y en aquel entonces no
existían por allá hombres de raza negra. ¡Ah, raza!
En el siglo XV ya les estaba empezando el gusanito de
la globalización, y para darle un carácter más universal a esta tradición, se
quiso que cada uno simbolizara a las tres razas humanas admitidas hasta ese
entonces, prefiguradas por los hijos de Noé (“pero esa, es otra historia”):
Sem, Cam y Jafet, es decir, Europa, Asia y África. Afortunadamente todavía no
aparecía el marinero genovés Cristofolo
Colombo porque entonces el número de Reyes Magos hubiera ido en aumento, aunque
tampoco se habían inventado los globalifóbicos, quienes hubieran intentado
reducir el número a un solo Rey Mago por continente.
Obviamente existieron evangelios apócrifos en los
cuales también se trataba este suceso. Supongo que de alguna de las anécdotas
que de ahí se derivaron surgió la inspiración para el tema de la magnífica
película “El Cuarto Rey Mago” (desconozco el título original), estelarizada por
Martin Sheen. Se las recomiendo ampliamente.
Aquí tienen entonces una breve reseña de datos
históricos por los cuales hoy en día contamos con esa tradición. Ahora, el cómo
brincamos de esta historia al hecho de preparar una mezcla entre pan y pastel (llamada
rosca por su forma circular) y meterle monitos de plástico en el interior, eso
sí que lo desconozco absolutamente. El ingenio del mexicano es grande y sus
ocurrencias indescifrables. Está muy bien, y el pretexto de que quienes magullan
con sus mandíbulas el pescuezo del plastificado infantito deberá hacer tamales
y organizar jolgorio el día de la Candelaria (2 de febrero. Se recomienda
visitar Sombrerete, Zacatecas), está también muy bien. Cualquier pretexto es
bueno para prolongar el tan temido puente Guadalupe Reyes, razón por la cual el
promedio de vida del mexicano baja de los 90 años a tan solo 65. Muy
correteados.
En cuanto a los niños. En realidad son los Reyes
Magos quienes deberían de traer los juguetes a los chamacos, justo como se
acostumbra en la Ciudad de México y en el centro de la república. En Culiacán
para esa fecha, llamada Epifanía (ya se me andaba olvidando), los juguetes
simplemente ya están destartalados. El pragmatismo del norteño y el sentido
común nos indicaron que es mejor darle a los plebes los juguetes desde el 25 de
diciembre, así los disfrutan todas las vacaciones, peleándose por los ajenos y
destruyendo los que por envidia están más padres que los propios. En cambio, si
se los das el 6 de enero, ya casi entran a clases, y luego se los llevan a la
escuela “y se me distrae mucho el muchachito”. Por eso optamos por unirnos a la
tradición estadounidense de Santa Claus.
Este es ahora tema de acalorados debates familiares:
Que si ese viejo barrigudo, que si se están perdiendo nuestras tradiciones, que
si ya te sientes gringo, etc. Pero en lugar de ser pacientes y esperar hasta el
6 de enero, nos inventamos la historia de que quien nos trae los regalos es el
Niño Dios… Háganme el condenado favor. Ahora resulta que el festejado es quien
además nos tiene qué traer los regalos. Pobres niños, ya no saben si imaginarse
a los Reyes Magos bajando por la chimenea (construcción inexistente en nuestra
ciudad, salvo el Pitón), al Niño Dios manejando el trineo, o a Santa (para que
entiendan los Chapulines) tirando al caballo, camello y elefante, cada uno con su
respectivo enanito encima. En fin, nunca deja de ser valioso el esfuerzo que
hacen los papás (y las mamás) por mantener en sus hijos esa linda ilusión, que
pese a causarles tantos conflictos neuronales, bien paga con un juguete bajo el
arbolito de Navidad.
Para mí de niño solo había un inconveniente, que si
me “amanecía” (término que encubre la proveniencia real del regalo) un juguete
que necesitaba baterías, el 25 de diciembre todo estaba cerrado y yo estrenaba
mi trencito hasta el día 26, si es que no caía en fin de semana. Lo del trencito
es un decir porque nunca me amaneció uno. El caso es que ahora ya también
copiamos de los gringos hasta esa mentalidad consumista, causa de eso podemos
en nuestros días conseguir baterías (o cualquier cosa) incluso hasta la media
noche de Navidad.
Escuché el pasado 6 de enero al Lic. Guillermo Ochoa
hablar sobre el daño que se hace condicionando a un niño a portarse bien para
recibir regalos. Comentaba que el niño mexicano recibe regalos sí y solo si sus
padres están en condiciones de otorgárselos, y que es muy vil hacer pensar a un
niño que recibirá presentes navideños si sus familiares no cuentan con las
posibilidades económicas para dárselos, por bien que este se haya portado.
Estoy de acuerdo con él, aunque me gustaría aumentar un poco su comentario:
Creo que es muy dañino en esta época de gozo condicionar la felicidad y los
deseos de bienestar de nuestro prójimo, chicos y grandes, que lo único que
esperan de estas fechas es pasarlo bien. Creo que es una temporada en que
cualquier pretexto es bueno para darse un abrazo fraterno. Creo que bien
haríamos todos si siguiéramos creyendo en Los Reyes Magos.
Roberto Rojo Alvarez