martes, 6 de enero de 2004

NI ERAN REYES, NI ERAN MAGOS, NI ERAN TRES


Ni eran Reyes, ni eran Magos, ni eran Tres

“A mi amigo Vicente, Rey y Mago”
Vicente Amador

            Esto me pasa por bocón. “Sí, Martha Isabel. No te preocupes, escribo sobre lo que tú quieras”. Cuando la humildad se me esfuma (espúmate, tío Carlos), que es bastante seguido, caigo en este tipo de aprietos poco agradables aunque muy ilustrativos. Ahora pues, aquí me tienen escribiendo sobre Los Reyes Magos.
Pues resulta que esta tradición meramente católica se deriva de un fragmento del Evangelio de Mateo, en el cual cuenta que unos magos de oriente fueron a visitar al rey de los judíos que había nacido. Es todo. Simple y llano como lo es cualquier fragmento de un Evangelio. Y bastó con esto para que se inventaran infinidad de cosas, aunque algunas son en base a deducciones y simbolismos de una época que se remonta a muchos siglos atrás.
Primero que nada quiero justificar el título de mi artículo. No pretendo con esto desmentir la historia que todos conocemos, ni desarraigar creencias, sino más bien dar un poco de información sobre cómo fue que se vino armando el mito en torno a la famosa terna.
Como lo mencionaba antes, el evangelista Mateo escribió sobre este acontecimiento, pero no olvidemos algunos detalles, como que obviamente Mateo no fue testigo ocular de este suceso. Tampoco pasemos por alto que siempre que se va traduciendo un escrito, se va perdiendo poco a poco la esencia del contenido, de ahí el dicho italiano “Traduttore, Tradittore (Traductor, Traidor)”.
A este respecto quiero puntualizar que la traducción de Mago es igual a Sabio, en perfecto griego, idioma en el cual fue escrito ese Evangelio. Tomando en cuenta que estas personas fueron guiadas hasta Judea por algún fenómeno astrológico, es probable que fueran estudiosos de estos fenómenos de aquella época. En Persia, lugar también al oriente de Judea, los sacerdotes de Zoroastro llevan el nombre de Magu, quienes se dedicaban a estudiar la bóveda celeste intentando relacionar el curso de los astros con la historia del hombre. De aquí puede venir el errático término de Magos.
Cuando comenzaron las prácticas cristianas de los primeros siglos de nuestra era, la palabra Mago tomó un tinte peyorativo, debido a que era frecuentemente asociada a brujería, chamanes y hechiceros. Tan sencillo, cambiaron el término de Magos por Reyes. Después de cepillarse este término, cambiaron de ser los Magos de Oriente a los Reyes de Oriente, y así, tal como se van deformando los ordinarios apodos, pasaron finalmente a ser Los Reyes Magos.
El número fue muy discutido, cuando de alguna extraña manera consideraban este asunto digno de discusión. El caso es que quedó en tres, se tomó el número tres por dos diferentes razones. La primera es que la cantidad de regalos que ofrecieron fueron tres: Oro, Incienso, y Mirra (¿alguien sabe qué demonios es la mirra?). Y pues se figuraba bonito cada señor con su regalito. Aunque en Siria se decía que eran doce, y la tradición copta habla de sesenta. Pero pues como que no les daban los números, o estaban muy choteados los presentes para el Mesías, entonces tres fue mejor. Ha de ser barata la mirra esa, porque no creo que los sesenta hayan llegado con sus pepitas de oro.
En el siglo IV, un escritor cristiano de nombre Orígenes (no lo hagan en casita), fijó la cantidad en tres, y en el siglo V el Papa San León ratifica la cantidad y habla de ellos como si hubieran existido, es más, como si los hubiera conocido. Y alégale al ampayita. Para el siglo IX los italianos hasta nombres les pusieron: Melichior, Gathaspa y Bithisarea. Después, Veda el Venerable (en su casa lo conocen), bajo el influjo de alguna sustancia relajante, se los empezó a imaginar. Uno anciano con barba canosa y larga, otro jovencito y mamey, y el otro de tez morena. Ya ahorita al pobre Baltasar nos lo oscurecieron mucho, aunque esto se desmiente debido a que se cree que eran originarios de Babilonia o Persia, y en aquel entonces no existían por allá hombres de raza negra. ¡Ah, raza!
En el siglo XV ya les estaba empezando el gusanito de la globalización, y para darle un carácter más universal a esta tradición, se quiso que cada uno simbolizara a las tres razas humanas admitidas hasta ese entonces, prefiguradas por los hijos de Noé (“pero esa, es otra historia”): Sem, Cam y Jafet, es decir, Europa, Asia y África. Afortunadamente todavía no aparecía el marinero genovés  Cristofolo Colombo porque entonces el número de Reyes Magos hubiera ido en aumento, aunque tampoco se habían inventado los globalifóbicos, quienes hubieran intentado reducir el número a un solo Rey Mago por continente.
Obviamente existieron evangelios apócrifos en los cuales también se trataba este suceso. Supongo que de alguna de las anécdotas que de ahí se derivaron surgió la inspiración para el tema de la magnífica película “El Cuarto Rey Mago” (desconozco el título original), estelarizada por Martin Sheen. Se las recomiendo ampliamente.
Aquí tienen entonces una breve reseña de datos históricos por los cuales hoy en día contamos con esa tradición. Ahora, el cómo brincamos de esta historia al hecho de preparar una mezcla entre pan y pastel (llamada rosca por su forma circular) y meterle monitos de plástico en el interior, eso sí que lo desconozco absolutamente. El ingenio del mexicano es grande y sus ocurrencias indescifrables. Está muy bien, y el pretexto de que quienes magullan con sus mandíbulas el pescuezo del plastificado infantito deberá hacer tamales y organizar jolgorio el día de la Candelaria (2 de febrero. Se recomienda visitar Sombrerete, Zacatecas), está también muy bien. Cualquier pretexto es bueno para prolongar el tan temido puente Guadalupe Reyes, razón por la cual el promedio de vida del mexicano baja de los 90 años a tan solo 65. Muy correteados.
En cuanto a los niños. En realidad son los Reyes Magos quienes deberían de traer los juguetes a los chamacos, justo como se acostumbra en la Ciudad de México y en el centro de la república. En Culiacán para esa fecha, llamada Epifanía (ya se me andaba olvidando), los juguetes simplemente ya están destartalados. El pragmatismo del norteño y el sentido común nos indicaron que es mejor darle a los plebes los juguetes desde el 25 de diciembre, así los disfrutan todas las vacaciones, peleándose por los ajenos y destruyendo los que por envidia están más padres que los propios. En cambio, si se los das el 6 de enero, ya casi entran a clases, y luego se los llevan a la escuela “y se me distrae mucho el muchachito”. Por eso optamos por unirnos a la tradición estadounidense de Santa Claus.
Este es ahora tema de acalorados debates familiares: Que si ese viejo barrigudo, que si se están perdiendo nuestras tradiciones, que si ya te sientes gringo, etc. Pero en lugar de ser pacientes y esperar hasta el 6 de enero, nos inventamos la historia de que quien nos trae los regalos es el Niño Dios… Háganme el condenado favor. Ahora resulta que el festejado es quien además nos tiene qué traer los regalos. Pobres niños, ya no saben si imaginarse a los Reyes Magos bajando por la chimenea (construcción inexistente en nuestra ciudad, salvo el Pitón), al Niño Dios manejando el trineo, o a Santa (para que entiendan los Chapulines) tirando al caballo, camello y elefante, cada uno con su respectivo enanito encima. En fin, nunca deja de ser valioso el esfuerzo que hacen los papás (y las mamás) por mantener en sus hijos esa linda ilusión, que pese a causarles tantos conflictos neuronales, bien paga con un juguete bajo el arbolito de Navidad.
Para mí de niño solo había un inconveniente, que si me “amanecía” (término que encubre la proveniencia real del regalo) un juguete que necesitaba baterías, el 25 de diciembre todo estaba cerrado y yo estrenaba mi trencito hasta el día 26, si es que no caía en fin de semana. Lo del trencito es un decir porque nunca me amaneció uno. El caso es que ahora ya también copiamos de los gringos hasta esa mentalidad consumista, causa de eso podemos en nuestros días conseguir baterías (o cualquier cosa) incluso hasta la media noche de Navidad.
Escuché el pasado 6 de enero al Lic. Guillermo Ochoa hablar sobre el daño que se hace condicionando a un niño a portarse bien para recibir regalos. Comentaba que el niño mexicano recibe regalos sí y solo si sus padres están en condiciones de otorgárselos, y que es muy vil hacer pensar a un niño que recibirá presentes navideños si sus familiares no cuentan con las posibilidades económicas para dárselos, por bien que este se haya portado. Estoy de acuerdo con él, aunque me gustaría aumentar un poco su comentario: Creo que es muy dañino en esta época de gozo condicionar la felicidad y los deseos de bienestar de nuestro prójimo, chicos y grandes, que lo único que esperan de estas fechas es pasarlo bien. Creo que es una temporada en que cualquier pretexto es bueno para darse un abrazo fraterno. Creo que bien haríamos todos si siguiéramos creyendo en Los Reyes Magos.

                                                                                                                Roberto Rojo Alvarez