lunes, 1 de diciembre de 2008

NAVIDAD CON SU MISMO


NAVIDAD CON SU MISMO…

“El recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad”
Charles Dickens

            Tenía tan solo seis años de edad cuando mi poco experimentada lógica me decía de forma muy clara que no existe tal cosa llamada Santa Claus. Estaba claro que los regalos, pocos o muchos, de mi agrado o no, eran costeados económicamente por mis padres, abuelos y tíos.
            Trataré en principio las inconsistencias sobre el personaje de Santa Claus. Primero, la casa de mis navidades a pesar de estar situada en la gélida ciudad de Durango, no contaba con una chimenea por donde entrara un viejo panzón cargado de regalos para nueve nietos. Segundo, era muy curioso que Santa comprara el papel de envolturas en la misma mercería que mi mamá. Tercero, la camioneta de mi tío Juan siempre permanecía llena de bultos tapados con bolsas negras, y estos bultos desaparecían justo a la mañana del día 25 de diciembre. Cuarto, las historias de niños que atestiguaban haber visto personalmente a este Señor de barbas blancas eran verdaderamente inverosímiles.
            Sobre el Niño Dios. ¿Por qué si la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en su versión de párvulo tenía para con nosotros los niños como función primordial proveernos de juguetes cada Navidad no existía ni una sola imagen suya cargado de regalos? ¿Cómo el Niño Dios, siempre simbolizado como bebé, era capaz de cargar con cajas tan aparatosas como las de los juguetes para niñas que juegan a ser grandes? A esto le sumamos el nunca faltante comentario de alguno de nuestros familiares, todos educados en la religión católica, que llegaba la mañana del 25 de diciembre con dos juguetes en la mano y nos decía: Éste te lo trajo el Niño Dios, y este otro es de parte mía. Por supuesto el más barato era con cargo al hijo de María la virgen, y el más caro siempre mérito de nuestro familiar. Obvio especificar que los dos regalos estaban invariablemente forrados justo con el mismo papel de regalo. ¿Qué creen que uno no se da cuenta?
            Los Tres Reyes Magos. Alguna vez leí un artículo de un prestigiado escritor culichi cuyo título era “Ni eran Reyes, ni eran Magos, ni eran Tres”. En este concienzudo ensayo podrán ustedes leer sobre todos los tecnicismos que desmienten a esta famosa historia (si gustan se los mando por e-mail, puesto que lo escribí yo), pero de momento me remito al análisis sobre el tema desde mi punto de vista cuando era un niño. Si viajar por todo el mundo en una sola noche con sus 24 horas aun en un absurdo trineo volador jalado por renos que a pesar de volar movían sus patas cual si caminaran era una historia bastante poco creíble, ¿imagínense ustedes hacerlo sobre tres animales de carga tales como un caballo, un camello y un elefante? A esto añadimos la curiosa coincidencia de que los Reyes Magos solamente aparecieron por mi casa en dos ocasiones en las que coincidentemente estaba mi abuela presente. En nada ayudó esto a acrecentar mi fe.
Cuando era niño vivía queriendo demostrarle a los mayores cuan inteligente y precoz yo era (hoy también lo intento pero ya nadie me cree), y en una memorable plática con mis familiares, precisamente a la edad de seis años, les hice saber mi conocimiento de la verdad sobre Santa, el Niño Dios, los Reyes Magos, o cualquier personaje a quien le quisieran endilgar los regalos navideños. Esto para mí era un acto heroico, una muestra de brillantez, una carta de presentación del personaje que se gestaba en la familia, y una advertencia de “a mí no me hacen tarugo”… Pocos años pasaron para darme cuenta de que cometí el acto más estúpido de mi niñez.
A partir de ese año me cancelé toda posibilidad de pedirle a Santa cualquier juguete que me apeteciera. Yo, sabiendo que este hecho mermaría directamente en el bolsillo de mis progenitores, me veía obligado a esperar lo que fuera la voluntad de mis familiares que por tratarse de un niño sensato optaban por regalarme, háganme el canijo favor, ROPA. Eso sí, mientras mis hermanas y primos escribían sus cartas inmensas solicitando lo que les venía en gana. La envidia y la desesperación me llevó en algunas ocasiones a querer desenmascararlos a todos y así burlarme también de los suéter tejidos que solo a mí me propinaban. Pero el espíritu navideño obraba bien en mí, y de esta manera fui esperando pacientemente año con año a que cada niño en mi familia, como debe de ser, de manera natural con el transcurso del tiempo fuera perdiendo su inocencia.
Algún tiempo ha pasado ya de aquellos traumas, y difícilmente recuerdo un año en el que la situación de estabilidad económica haya sido tan crítica como ahora. Bien haríamos pues en ser mesurados en estos tiempos difíciles y evitar por algunos meses cualquier gasto innecesario, al fin que a nuestros niños podemos explicarles que tanto a Santa Claus como al Niño Dios y los Reyes Magos también les llegó la recesión.
Nunca mejor citado el popular chiste que nos cuenta que éste será “El Año del Consumismo”, porque esta Navidad todo el mundo estará con su mismo abrigo, con su mismo vestido, con su mismo coche, con su mismo televisor, con su mismo radio, y si bien les va, con su mismo trabajo.
Este año regalen besos y abrazos. Muchos. O hagan algo que no les cueste, como es el caso de mi madre y hermana que al parecer tienen escondido en algún recóndito lugar una copia de los escritos de Nostradamus, porque sabían que se vendría la crisis y tienen ya más de seis meses tejiendo regalos diversos para toda la familia. Nada que unas bolas de estambre y la creatividad humana no puedan resolver.
Busquemos este año el mayor gozo, el de las cosas que no cuestan dinero sino otro tipos de esfuerzos, y hagamos lo posible por reencontrarnos con nuestros seres queridos. No hay mejor regalo que un abrazo de los nuestros.
De todo corazón les mando mucha buena vibra envuelta en papel con esferitas, y les deseo el mejor de los futuros. Que esta revista y sus amables lectores nos duren por muchísimos años más. Muy Feliz Navidad.

Roberto Rojo Alvarez

miércoles, 30 de julio de 2008

OPINIÓN CIUDADANA


            Al mexicano le gusta opinar. Esta es una realidad nuestra que nadie puede negar. Para nosotros es algo muy común puesto que convivimos con el hecho todos los días de nuestra vida. Pero habrá qué darle también la oportunidad de comprobarlo a todos aquellos extranjeros que tienen la buena costumbre de escuchar este noticiero. Mis muy estimados señores foráneos que nos escuchan más allá de los confines de nuestro bello estado, basta con que ustedes hagan una pregunta a cualquier mexicano, sin importar raza, religión, filiación política, estatus social, estado civil, preferencia sexual, complexión física, etc. Tampoco tiene alguna importancia la pregunta que hagan, sobre lo que sea, aún cuando esta sea meramente ficticia. La única condición es tener a un mexicano al alcance y hacerle una pregunta… Me corto las uñas si alguno les contesta: No sé.
            También hay qué poner especial atención si es el mexicano quien formula la pregunta, porque generalmente ya trae implícita su respuesta. Este entrenamiento comienza desde la infancia, cuando nuestra madre nos solicita ofrecer de nuestras golosinas al niño adjunto, e inmediatamente sale de nuestra boca una pregunta formulada de alguna de las siguientes dos maneras: La cortés, ¿No quieres?, o la informal ¿Verdad que no quieres?; Luego en la adolescencia ponemos en práctica algunos trucos amañados cuando estamos con una persona con un considerable menor coeficiente intelectual que nosotros, por ejemplo, cuando jugamos un volado y decimos al compañero: “Si cae águila, yo gano, y si cae sol, tú pierdes”, el torpe responderá inmediatamente: “¡SALE!”.
Ya en la vida adulta y contando con cierto coto de poder, estas prácticas se convierte en la formulación de Consultas Energéticas y otras demagogias, como el circo que acaban de presenciar los habitantes de la Ciudad de México y pueblos circunvecinos. Les recomiendo que la próxima vez que vuelvan a gastar ese mundo de dinero en supuestos ejercicios democráticos hagan la siguiente pregunta: ¿Cree Usted o No que somos idiotas?
            El caso es que el mexicano no se queda callado jamás. Le gusta opinar y es abundante siempre entre nosotros la figura de “El Enterado”. Ese quien para todo tiene una opinión, sin importar el tema a tratar, y que cuenta con un grupo de seguidores para el cual tiene una gran autoridad moral. Es él a quien recurren a pedir consejo, no porque hagan caso de las instrucciones que éste les dé, sino porque resultan ser personas con una plática muy entretenida. Sin duda alguna, no hay personaje más simpático que “El Enterado”.
Así somos los mexicanos. Siempre sabemos sobre el tema que se está tocando, o hacemos como que sabemos y nos dedicamos a parar oreja para ocasiones posteriores, o tenemos algún relativo cercano que es una chucha cuerera en la materia. Por eso también tendemos en cada reunión social o familiar a resolver los problemas de la Selección Nacional de Fútbol, la economía nacional, los conflictos bélicos mundiales, encontramos alternativas energéticas para frenar los cambios climáticos, y cuando de plano andamos muy inspirados, hasta reinventamos nuestra religión.
En estos momentos difíciles de nuestra vida nacional, bien haríamos en dejar a los expertos que opinen sobre lo suyo, y optar nosotros los de a pie por dar la respuesta más humilde que de un mexicano puede salir: “No estoy muy familiarizado con el tema”.
Al fin que “poco saben los burros de merengues”. ¿No es cierto?

Roberto Rojo Alvarez

miércoles, 16 de julio de 2008

UN MILLÓN DE KILOS DE AYUDA

            Es el nombre que se le dio a nivel federal a una campaña que busca empezar a cambiar los hábitos alimenticios en la república mexicana, nación que hoy en día ocupa uno de los primeros lugares a nivel mundial en sobrepeso y obesidad. Esta campaña pretende lograr sumar todos los kilos que libremente pretendemos bajar en peso cualquier mexicano decidido a inscribirse en el programa y llegar como mínimo a la suma de un millón.
            Ciertamente es muy alarmante de qué manera ha subido el índice de sobrepeso y obesidad en estos tiempos. Recuerdo perfectamente que no hace muchos años, cuando yo me iniciaba en mi largo oficio de mal estudiante en conocida institución educativa de la localidad, había en mi salón (y creo que en toda la escuela) un solo gordito: Ismael. Tan grabado tengo su nombre en mi memoria que cada vez que lo escucho, automáticamente se me viene a la mente una persona de complexión algo sobrada, y seguro estoy que a muchos compañeros de generación les sucede exactamente lo mismo.
            Recuerdo también aquella famosa campaña de 1983 del Consejo Consultivo del Agua, en la que un gordito regañaba a un miembro de su familia por gastar en demasía el vital líquido diciéndole: “Amanda, ¡ciérrale!”. De aquel anuncio televisivo lo único que se recuerda no es el cuidado del agua, sino a un gordito simpaticón haciendo un movimiento con sus toscas manos que todos los mexicanos adoptamos para la ocasión en que alguna persona obesa se postrara ante nuestra vista.
            Para no seguirme desviando del tema, he aquí mis cinco sugerencias para lograr este cometido de aportar una cantidad considerable de kilos de ayuda:
    •       Convencer al Secretario de Hacienda Agustín Cartens de entrar a dicho programa, y que él nos subsidie la mitad de los kilos. Al fin que si ya está subsidiando la gasolina (gringos y guatemaltecos fronterizos inclusive), ¿qué tanto es para él rebajar unos quinientos kilitos?
           •          Comprometerse decididamente a llevar a cabalidad algún Trastorno de la Alimentación. Las opciones más comunes a escoger: Anorexia o Bulimia. Nomás no me vayan a salir como una amiga gordita del Distrito Federal que se excusaba diciendo: Soy Bulímica, pero se me olvida vomitar.
           •          Acudir a la brevedad posible a la sala de cine de su elección a ver la película de animación denominada “WALL-E”, y poner especial atención en el rumbo que tomará la humanidad si seguimos con esta tendencia a la inactividad y la individualidad. Esta opción pierde toda validez si antes de entrar a la sala se compran un combo con hotdog, palomitas, chocolate, y refresco con refil.
           •          Implementar de manera obligatoria en espacios de oficina “La Hora del Ejercicio”. Momento en el cual todos los trabajadores dejan sus actividades por unos instantes, y siguiendo a un instructor voluntario, realizan algunos movimientos de calistenia. (Abusado, Vizcarra, que ya con esta idea me deberías 20 mil pesos)
           •          Mandar una iniciativa de ley al Congreso del Estado tal como la existente en Francia, que castiga severamente a las madres de familia cuyos hijos menores de edad tengan exceso de peso en un porcentaje mayor al permitido… Mamá, no te preocupes. Esta ley no es retroactiva, y además hace ya algún tiempo que pasé mi mayoría de edad.
Es urgente que como ciudadanos responsables hagamos algo por alimentarnos sana y balanceadamente, para de esta manera prevenir tantas enfermedades que tienen qué ver con el sobrepeso, y revertir esta tendencia que juega directamente en nuestra contra, como individuos y como miembros de una comunidad.
Y no me quiero despedir sin antes hacer un comentario en desagravio a mi gran amigo Ismael, que el día de hoy es un hombre trabajador, ejemplar esposo, padre de familia de una linda beba, aunque todavía sea gordito.
Nos pesamos la semana que entra.

                                                                                                                               Roberto Rojo Alvarez

jueves, 10 de julio de 2008

HISTORIA DE UN TOMATE


            Se cuenta de una vez en que un Tomate, en búsqueda de mejores oportunidades de vida, tomó su morralito de ilusiones y emprendió camino hacia el tan menguado vecino del norte. Muchos familiares ya le habían contado sobre las ventajas de emigrar a aquel gran país, en donde a todos los procesan, los hacen puré, les agregan endulzante, una vasta cantidad de químicos cancerígenos, y los encierran en unas pequeñitas bolsas de algún conocido establecimiento de comida rápida.
Todo este sacrificio lo hacía con tal de enviar alguna cantidad considerable de billetes verdes a su país de origen, específicamente a su estado, Sinaloa. No contaba con que en la aduana se toparía con un prepotente agente de inmigración “de color”, quien después de una exhaustiva serie de dudosas pruebas le negó la entrada a los Estados Unidos de América. Le argumentó que en su morralito además de ilusiones vanas, portaba una pequeña dosis de Salmonela. El Tomate le dijo que esto no era cierto, y que de cualquier manera en caso de que lo fuere, a los estómagos mexicanos la salmonela le hace “lo que el viento a Juárez”. Pero el Tomate Verde Frito sostuvo su negativa.
La noticia corrió velozmente por todos los confines de nuestra nación, y pronto comenzaron los rumores de que aquel siniestro Tomate Verde tenía unos parientes en la Florida a quienes quería darles preferencia de empleo. La verdad es que por un lado a los mexicanos nos encanta la teoría del complot y, por el otro, el Tomate Verde está en todo su derecho de negar o permitir la entrada a su casa a quien le venga en gana. Yo a esos Verdes lo único que les digo es lo que me decía mi hermana cuando de niño le insinuaba que yo era mejor que ella: ¡Ya quisieran!
El Tomate, un poco forzado por las circunstancias, comenzó a pensar en otras alternativas de subsistencia. No faltó quién le diera el mal consejo de pasar de mojado, o de disfrazarse de alguna otra verdura de exportación. Pero nuestro paisano, tan recto como todo buen sinaloense, se negó a estas opciones.
Al tiempo, le llegó al Tomate el rumor de que en un país europeo de habla hispana se celebra cada año en la ciudad de Buñol una festividad llamada “La Tomatina”, que consiste en una serie de españoles y extranjeros agarrándose a tomatazos, y aunque usted no lo crea, esta es una festividad de interés turístico internacional que tiene ya más de 60 años de tradición y que el año pasado albergó a más de 40 mil participantes. Se le ocurrió entonces al Tomate una “Idea de Diez Mil”: mandar un escrito al Honorable Ayuntamiento de su ciudad y sugerir que se inicie cada año la tradición de “La Tomatina Culichi”.
Sobre el actual paradero de este Tomate nada se sabe. Algo de razón tendrán su lucha y sus ideas, al fin que es preferible tener una fiesta en la que nos honremos como Tomateros, a ver cada año toneladas de tomate tiradas a orillas de la carretera Costera. Y como vocero oficial de este Tomate envío un mensaje al Presidente Jesús Vizcarra: Si algún día se realiza “La Tomatina Culichi”, me debe usted diez mil pesos.

Roberto Rojo Alvarez

jueves, 26 de junio de 2008

ULTRASONIDO DE NUESTROS VALORES


Ultrasonido de Nuestros Valores


            Así va perdiendo uno su honra. Cuando se llega a la edad de los treintas (por ahí cuentan), los malestares físicos son poco fáciles de ignorar: La gripe ya no se quita sola, la infección no se cura solamente con alcohol, la tos no cede ante la miel… En esos momentos útiles son los amigos de antaño que tuvieron la valentía de estudiar la carrera de Medicina. Nos dan trato preferencial, hacemos poca antesala, algunas ocasiones no nos cobran la consulta, y si corre uno con suerte, hasta le regalan muestras de medicamentos.
            Las cosas se complican cuando el médico al que visitamos tiene el noble oficio de revisar nuestras partes nobles. Es difícil volver a ver a la cara a un amigo después de hacer una exhausta revisión de todas aquellas zonas que tuvo a bien en proporcionarnos el creador precisamente para cooperar para la conservación de la especie, es decir, en nuestra necesidad de procrear. Diagnóstico: Indefinido. Orden: Ultrasonido Testicular y de Vejiga.
            Dentro de los males, comienzo a imaginar que en dicho examen a realizarme es probable que me atienda una linda enfermera, con su breve ropa bien almidonada, una falda muy corta y un escote que le haga juego, y una voz tremendamente acariciable. Me pongo guapo, me perfumo, y practico frente al espejo mi mejor pose. Pero “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Vuelve uno a recordar que nuestra biografía dista mucho de ser una novela o un fragmento de película clasificación “C” cuando nos abre la puerta del laboratorio un doctor bigotón, viejito y renegado.
            Lo que sigue es una corta plática que tarde o temprano termina en las siguientes dos órdenes: ¡Desvístase! y ¡Acuéstese!... Tal como una mujer en estado de bienaventuranza, me pusieron un gel (efectivamente, es helado), y me comenzaron a menear un aparato de plástico con cabeza de metal al tiempo que me hacían voltear a ver una pantalla de una computadora de la época de “Cuéntame de Ayer” para cuya lectura los médicos están programados y ven todo con una claridad que a veces uno cree que están bromeando: “Aquí está la próstata, aquí la vejiga, aquí la glándula fulanita…” Lo único que faltó fue que me preguntara si deseaba yo conocer el sexo del bebé, pero eso, Deo volente, sucederá en otra ocasión.
            Por lo pronto sólo me resta recomendarles que lleven una vida sana, se hagan chequeos constantemente, y no se junten con amigos que dentro de la medicina opten por la rama de la urología. Me despido con la frase que la sacrosanta madre del matador Eloy Cavazos le decía cada vez que su hijo saltaba al ruedo: “¡Cuídate, Eloyito!”

Roberto Rojo Alvarez