Nunca había presenciado un fenómeno natural de tal magnitud. No hay preparación posible suficiente para que un desastre de estas magnitudes no se lleve un trozo de ti. Todas las calles y los caminos se interrumpen intermitentemente por árboles, postes, cables y pedazos de pavimento que no existen más. Y las tiendas de conveniencia son vaciadas por personas que a su paso ven la natural oportunidad de aumentar sus posibilidades de subsistir con el mínimo de carencias posibles.
Personas que tienen viviendo más de quince años en el puerto afirman que jamás habían presenciado un huracán con esta capacidad de destrucción. Y cuentan cómo en la década pasada tuvieron qué esperar hasta una semana para que se restablecieran los sistemas de comunicación y los servicios de electricidad y agua potable. Todo se complica si además la comunicación por tierra al puerto de La Paz está interrumpida, cosa que todavía ignoro debido a que incluso la única estación de radio de Los Cabos tiene su antena destruida y sólo puedo enterarme de lo que mis sentidos pueden percibir.
Puedo adivinar que pasarán dos o tres días en que Los Cabos será noticia nacional, siempre y cuándo no venga otro tema mediático más lucrativo qué explotar. Declararán con toda justicia al estado como Zona de Desastre, llegará ayuda por parte del Ejército Nacional y la Marina, quienes eventualmente se verán obligados a resguardar supermercados y gasolineras para evitar el vandalismo y asegurarse de que ambulancias y patrullas puedan seguir operando.
Pero estamos en Los Cabos, un paraíso turístico que difícilmente se verá abatido por una catástrofe natural. Existen fortísimos intereses políticos y económicos que dirigirán inmensos esfuerzos para que todo esté de pie en breve, además de una fuerza laboral y un ánimo empresarial que en pocos sitios se puede atestiguar.
Escribo esta reseña al mediodía del lunes 15 de septiembre e ignoro cuánto tiempo pasará antes de poder enviarla a la redacción del periódico. Aunque confío en que vivimos otro momento tecnológico y que todo se restablecerá más pronto de lo que la memoria colectiva local pueda suponer.
Sea pues éste el breve testimonio que puedo dar tras haber recorrido escasos tres mil metros dentro de un corredor turístico de más de cincuenta kilómetros lineales de costa y una población de trescientos mil habitantes. Sirvan mis letras para enterar a la distancia, y mis manos para ayudar al prójimo dentro de las próximas dos semanas en las que adivino este paraíso volverá a ser la envidia del resto del país.
Roberto Rojo Alvarez
Agregado cultural de Culiacán en Los Cabos