jueves, 18 de septiembre de 2014

TERTULIA Y SOBREMESA, 16 de septiembre de 2014

     Todavía puedo sentir los remanentes de los vientos que esta noche peinaron la península de Baja California Sur. Vientos frescos que a penas mitigan un poco el sofocante clima que deja a su paso el huracán Odile. Y en el ambiente se puede respirar el aliento de todas esas caras largas de quienes a sus espaldas cargan con la pena de saber parte de su patrimonio literalmente perdido.
     Nunca había presenciado un fenómeno natural de tal magnitud. No hay preparación posible suficiente para que un desastre de estas magnitudes no se lleve un trozo de ti. Todas las calles y los caminos se interrumpen intermitentemente por árboles, postes, cables y pedazos de pavimento que no existen más. Y las tiendas de conveniencia son vaciadas por personas que a su paso ven la natural oportunidad de aumentar sus posibilidades de subsistir con el mínimo de carencias posibles.
     Personas que tienen viviendo más de quince años en el puerto afirman que jamás habían presenciado un huracán con esta capacidad de destrucción. Y cuentan cómo en la década pasada tuvieron qué esperar hasta una semana para que se restablecieran los sistemas de comunicación y los servicios de electricidad y agua potable. Todo se complica si además la comunicación por tierra al puerto de La Paz está interrumpida, cosa que todavía ignoro debido a que incluso la única estación de radio de Los Cabos tiene su antena destruida y sólo puedo enterarme de lo que mis sentidos pueden percibir.
     Puedo adivinar que pasarán dos o tres días en que Los Cabos será noticia nacional, siempre y cuándo no venga otro tema mediático más lucrativo qué explotar. Declararán con toda justicia al estado como Zona de Desastre, llegará ayuda por parte del Ejército Nacional y la Marina, quienes eventualmente se verán obligados a resguardar supermercados y gasolineras para evitar el vandalismo y asegurarse de que ambulancias y patrullas puedan seguir operando.
     Pero estamos en Los Cabos, un paraíso turístico que difícilmente se verá abatido por una catástrofe natural. Existen fortísimos intereses políticos y económicos que dirigirán inmensos esfuerzos para que todo esté de pie en breve, además de una fuerza laboral y un ánimo empresarial que en pocos sitios se puede atestiguar.
     Escribo esta reseña al mediodía del lunes 15 de septiembre e ignoro cuánto tiempo pasará antes de poder enviarla a la redacción del periódico. Aunque confío en que vivimos otro momento tecnológico y que todo se restablecerá más pronto de lo que la memoria colectiva local pueda suponer.
     Sea pues éste el breve testimonio que puedo dar tras haber recorrido escasos tres mil metros dentro de un corredor turístico de más de cincuenta kilómetros lineales de costa y una población de trescientos mil habitantes. Sirvan mis letras para enterar a la distancia, y mis manos para ayudar al prójimo dentro de las próximas dos semanas en las que adivino este paraíso volverá a ser la envidia del resto del país.

Roberto Rojo Alvarez
Agregado cultural de Culiacán en Los Cabos

miércoles, 3 de septiembre de 2014

DEBER CUMPLIDO

Hace diez años ya...
La vida te pone en disyuntivas en las que te va la vida misma y te obligan a explorar espacios personales y espirituales insospechados. Diez años atrás tomé la decisión más reconfortante de mi vida: Dejar de lado mis planes, mis sueños y mi vocación artística para regresar a mi tierra y apoyar a mi familia en la que sin duda ha sido la época más difícil por la que hemos pasado, la enfermedad y muerte de mi señor padre.
Fue una decisión en lo personal tremendamente dolorosa, pero no era momento de ser víctima sino apoyo, y jamás tuve dudas de que con gusto lo dejaría todo por regresar a mi familia una parte de lo mucho que yo he recibido.
Diez años de mucho aprendizaje, intermitentes equivocaciones, algunos tropezones y los correspondientes tragos amargos que la vida nos depara. También diez años de valiosos logros, amistades invaluables, recuerdos atesorables, una esposa que no me volvería a conseguir en diez vidas, y a la fecha tres milagros en forma de hijos que son el mayor motor que pueda existir.
Todo esto sucedio dentro de esos providenciales diez años en que renuncié a mi vida para intentar al menos resanar un poco del vacío que dejó un gran hombre que pasó por este mundo dejando una huella indeleble y que a la fecha seguimos extrañando como el primer día.
A él, es hora de decirle: Papá, con todos mis errores he tratado de cumplir con tu encomienda y a la distancia intentaré seguirlo haciendo, pero es hora de dejar de vivir una especie de continuación de tu vida para volver a vivir mis propios sueños. Ten la confianza de que voy muy bien armado, y además te conseguí una nuera para mi compañera de vida que te hubiera vuelto loco de hermosa y encantadora. Mi mamá y mis hermanas siempre me tendrán muy cerca y al pendiente, eso no tengo ni qué mencionártelo. Por último, te agradezco infinitamente la confianza que depositaste en mí, y no sabes el orgullo que me da haber sido de alguna manera tu sucesor.
Ya cumplí, ahora échame tu bendición que de lo demás me encargo yo.