miércoles, 30 de enero de 2019

ADOLESCENCIA POLÍTICA


            Tenía yo escasos quince años. Edad de rebeldía y también de mucha curiosidad. En efecto, la relación con mi padre estaba muy desgastada por ciertas medidas que él con toda buena intención tomaba hacia mi persona con el propósito de tratar de minimizar los efectos nocivos de mi entonces complicado carácter. Sus medidas fueron creando en mí poco a poco un hartazgo hasta que llegó el día en que, como buen latino, tomé la decisión radical de abandonar mi hogar.
            Estuve un par de noches en casa de distintos amigos, hasta que la tercera noche encontré a un amigo cuyo padre me ofreció trabajo y posada. Mi vida cambió radicalmente de la noche a la mañana. Comencé a trabajar en un taller de torno, donde me especialicé en reparar las pistolas de aire que se utilizan para quitar y poner tuercas en las vulcanizadoras. Mis clientes, sobra decirlo, eran algo distinto a los señores con quienes departía semanas atrás junto con mi padre en el club de tenis. Aprendí mucho, me lastimé las manos, y supe lo que es desde abajo ganarse el sustento. Como salí de mi casa con muy pocas pertenencias, con mi primer sueldo me compré un par de zapatos que tiempo después me autografió el maestro Saúl Hernández del grupo Caifanes. Ese es el mejor recuerdo que conservo de la decisión radical de cambio de régimen en mi vida, poco antes de hacer las paces con mi padre y volver a mi anterior mundo fifí.
            Precisamente esto es lo que creo que nos sucedió a los mexicanos en las pasadas elecciones. En nuestra inmadurez política y adolescencia democrática, optamos (me incluyo por mera solidaridad) por elegir a un dirigente que nos diera exactamente lo contrario a lo que estuvimos recibiendo por décadas. Nos dio por ignorar cualquier avance existente a causa de lo ofendidos que nos sentimos por el descaro con que manejaron la obra pública y el desdén con que respondían cada vez que la prensa sacó a la luz una tropelía tras otra, siempre protagonizadas por personajes afines a su grupo de poder.
            Este muy comprensible hartazgo social nos llevó a abandonar el sistema de manera radical e irracional. Nos justificamos con un desinformado “no podemos estar peor” sin tomarnos la molestia de voltear a ver a la inmensa mayoría de los países al sur de nuestra frontera. Sin pensar que de la misma forma ha procedido AMLO en el caso de las “Ligas” de René Bejarano cuando era del PRD, y en el caso Rebsamen de Claudia Sheinbaum ya como MORENA, por mencionar algunos. Escuchamos que muchos AMLOvers nos tildan de pesimista cuando vemos a nuestros hermanos venezolanos como un espejo de cómo podríamos llegar a estar, y aunque sería irresponsable transpolar a la Venezuela de hace veinte años con el México actual, a mí en lo personal no me queda la menor duda de que lo van a intentar. ¿Qué cosa? Perpetrarse en el poder con un sistema dictatorial disfrazado de democracia.
            Intento de todas formas darle el beneficio de la duda, sin embargo a dos meses del inicio de su mandato solo veo señales negativas y errores garrafales que denotan un desconocimiento o desinterés respecto al mundo y el sistema en el que para bien o para mal estamos viviendo en esta época.
Como bien me dijo un amigo hace algunos años: “La Autoridad (o el Sistema) y los de a pie, son como la piedra y el huevo. Si se pelean, importa poco quién tiene la razón. Siempre se rompe el huevo.”
La política es negociación. Para mí era preferible seguir negociando el avance dentro del sistema anterior, para ir acortando las brechas de desigualdad combatiendo la corrupción y la impunidad. Simplemente no podemos negar que hay avance. Hace treinta años era impensable suponer a un personaje poderoso en prisión. Hoy los hay a pasto, ex gobernadores y ex funcionarios, mas todos los que están prófugos de la justicia.
Volviendo a mi historia personal. En su momento entendí que la mejor opción habría sido desde el principio negociar con mi padre términos más justos para ambos, en vez de exponerme a una vida incierta cuyo camino habría sido sin duda mucho más escabroso. Por esta y muchas más razones, yo no voté ni votaría jamás por un demagogo retrógrada y autoritario recalcitrante como AMLO. Comprendo que nuestra Democracia está en camino a la madurez, y aunque nos desesperemos, vamos (o íbamos) avanzando. Ahorita ellos mandan, sin embargo en un futuro, nosotros, el dêmos, seremos la autoridad… y volverá la historia de la piedra y el huevo.

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