Tenía yo
escasos quince años. Edad de rebeldía y también de mucha curiosidad. En efecto,
la relación con mi padre estaba muy desgastada por ciertas medidas que él con
toda buena intención tomaba hacia mi persona con el propósito de tratar de
minimizar los efectos nocivos de mi entonces complicado carácter. Sus medidas
fueron creando en mí poco a poco un hartazgo hasta que llegó el día en que,
como buen latino, tomé la decisión radical de abandonar mi hogar.
Estuve
un par de noches en casa de distintos amigos, hasta que la tercera noche
encontré a un amigo cuyo padre me ofreció trabajo y posada. Mi vida cambió
radicalmente de la noche a la mañana. Comencé a trabajar en un taller de torno,
donde me especialicé en reparar las pistolas de aire que se utilizan para
quitar y poner tuercas en las vulcanizadoras. Mis clientes, sobra decirlo, eran
algo distinto a los señores con quienes departía semanas atrás junto con mi
padre en el club de tenis. Aprendí mucho, me lastimé las manos, y supe lo que
es desde abajo ganarse el sustento. Como salí de mi casa con muy pocas
pertenencias, con mi primer sueldo me compré un par de zapatos que tiempo
después me autografió el maestro Saúl Hernández del grupo Caifanes. Ese es el
mejor recuerdo que conservo de la decisión radical de cambio de régimen en mi
vida, poco antes de hacer las paces con mi padre y volver a mi anterior mundo
fifí.
Precisamente
esto es lo que creo que nos sucedió a los mexicanos en las pasadas elecciones.
En nuestra inmadurez política y adolescencia democrática, optamos (me incluyo
por mera solidaridad) por elegir a un dirigente que nos diera exactamente lo
contrario a lo que estuvimos recibiendo por décadas. Nos dio por ignorar cualquier
avance existente a causa de lo ofendidos que nos sentimos por el descaro con
que manejaron la obra pública y el desdén con que respondían cada vez que la
prensa sacó a la luz una tropelía tras otra, siempre protagonizadas por personajes
afines a su grupo de poder.
Este muy
comprensible hartazgo social nos llevó a abandonar el sistema de manera radical
e irracional. Nos justificamos con un desinformado “no podemos estar peor” sin
tomarnos la molestia de voltear a ver a la inmensa mayoría de los países al sur
de nuestra frontera. Sin pensar que de la misma forma ha procedido AMLO en el
caso de las “Ligas” de René Bejarano cuando era del PRD, y en el caso Rebsamen
de Claudia Sheinbaum ya como MORENA, por mencionar algunos. Escuchamos que
muchos AMLOvers nos tildan de pesimista cuando vemos a nuestros hermanos venezolanos
como un espejo de cómo podríamos llegar a estar, y aunque sería irresponsable
transpolar a la Venezuela de hace veinte años con el México actual, a mí en lo
personal no me queda la menor duda de que lo van a intentar. ¿Qué cosa?
Perpetrarse en el poder con un sistema dictatorial disfrazado de democracia.
Intento
de todas formas darle el beneficio de la duda, sin embargo a dos meses del
inicio de su mandato solo veo señales negativas y errores garrafales que
denotan un desconocimiento o desinterés respecto al mundo y el sistema en el
que para bien o para mal estamos viviendo en esta época.
Como bien me dijo un amigo hace
algunos años: “La Autoridad (o el Sistema) y los de a pie, son como la piedra y
el huevo. Si se pelean, importa poco quién tiene la razón. Siempre se rompe el
huevo.”
La política es negociación. Para mí
era preferible seguir negociando el avance dentro del sistema anterior, para ir
acortando las brechas de desigualdad combatiendo la corrupción y la impunidad.
Simplemente no podemos negar que hay avance. Hace treinta años era impensable
suponer a un personaje poderoso en prisión. Hoy los hay a pasto, ex
gobernadores y ex funcionarios, mas todos los que están prófugos de la
justicia.
Volviendo a mi historia personal. En
su momento entendí que la mejor opción habría sido desde el principio negociar
con mi padre términos más justos para ambos, en vez de exponerme a una vida
incierta cuyo camino habría sido sin duda mucho más escabroso. Por esta y
muchas más razones, yo no voté ni votaría jamás por un demagogo retrógrada y
autoritario recalcitrante como AMLO. Comprendo que nuestra Democracia está en
camino a la madurez, y aunque nos desesperemos, vamos (o íbamos) avanzando.
Ahorita ellos mandan, sin embargo en un futuro, nosotros, el dêmos, seremos la autoridad… y volverá
la historia de la piedra y el huevo.
¡Excelente narración!!!! Muchas felicidades Rob!!!
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